La de ayer fue una de las mañanas más lúcidas que ha tenido el presidente López Obrador. De lo que dijo al nutrido auditorio que sigue sus diarias conferencias de prensa sobresale lo siguiente: “Limpiar la corrupción no es solo perseguir a quienes cometen ilícitos, sino también que haya un cuestionamiento público”.

Si la frase se entiende en el contexto de la lucha anticorrupción, indica un reconocimiento expreso de que en México debe seguir existiendo el cuestionamiento público. Porque el hecho de no permitir a la sociedad el ejercicio de tal cuestionamiento público, lo que exhibe es justamente que se vive bajo un gobierno corrupto o en uno que cree que puede llegar a serlo. 

Cuando no se permite el cuestionamiento público, el disenso o la crítica a las autoridades de cualquier orden de gobierno, es porque se sigue el rumbo del autoritarismo y de la dictadura. El no permitir libertades para expresar las ideas, lleva a pensar que el que manda, el que dirige, el que preside, es único y absoluto dueño de la verdad. Y esto lleva al monólogo, a un triste e inútil soliloquio.

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Tampoco ayuda a López Obrador, componer o arreglar en público lo que considera que hicieron o dijeron mal sus colaboradores. Los observamos allí junto a él en las madrugadas diarias, pero los vemos callados, ausentes, no comprometidos y hasta con actitudes de disgusto o de franco cansancio. Las correcciones a los colaboradores, si las hubiera, deben darse en privado, nunca ante la gente que, en su mayor parte, ni sabe el tema a detalle, ni conoce a ciencia cierta los caminos más adecuados.

Conductas así recuerdan a los césares romanos que eran capaces de degollar ante sus súbditos a sus ayudantes principales, solo para demostrar quién tenía el poder y para infundir miedo en seguidores y opositores.

Otra cosa que hace pensar eso, es esa insana y cada vez más repetida costumbre -generada o puesta en práctica hace dos años- de utilizar las redes sociales para denostar masiva y sistemáticamente al que critica con su voz o su pluma al morenismo o a sus próceres. Una costumbre usada ahora para disminuir al que cuestiona las decisiones o dichos del presidente o de su proyecto político, y que por tanto recuerda los autoritarismos de tiempos priistas o panistas. ¿O acaso este ya es un tiempo de primorosa dictadura?

Las dictaduras han hecho mucho daño a países no consolidados, como es el nuestro, en que aparentemente tenemos una democracia, como alguna vez alertó el Premio Nobel Mario Vargas Llosa.

Vargas Llosa vino a decir que México le parecía una dictadura perfecta. Lo afirmó sorpresivamente en cadena nacional en septiembre de 1990, ante una mesa de intelectuales que presidía Octavio Paz y que moderaba Enrique Krauze. Allí criticó también el papel sumiso que estaban adoptando los intelectuales ante los gobiernos centrales. Desde luego, la expresión le dio la vuelta al mundo y a las cabezas de los señores del poder en ese tiempo. 

López Obrador ha reiterado que no pretende ninguna dictadura para México, y que él es un verdadero demócrata. Los mexicanos deseamos creerle, y lo más que queremos de su gobierno, y de él mismo, es que logre la Cuarta Transformación y que la alternancia política no quede solamente en una cuarta trastornación (Fox-Calderón-Peña-AMLO).

Que el ciudadano común y corriente reconozca los logros del presidente y que espontáneamente pueda decir sobre él palabras como estas: “De Andrés Manuel recuerdo sus promesas cumplidas y su dentadura perfecta”.

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