José Antonio Flores Vargas

La situación política en el México de este 2018 no está como para inventar estrategias o boicots infantiles que a nada conducen. El grueso de la gente se encuentra a la expectativa, y las redes sociales funcionan como el mejor medio de comunicación, segundo tras segundo, y hacia todas las direcciones del territorio nacional.

El comentario viene a colación en referencia a las botargas que aparecieron en el inicio de campaña del candidato morenista a la gubernatura del estado de Veracruz el domingo pasado por la mañana.

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Ese día Cuitláhuac García organizó una carrera en Los Lagos junto a Ana Gabriela Guevara y cientos de sus seguidores. De pronto, en los andadores de ese paseo aparecieron cuatro personas enfundadas en botargas alusivas al fallecido presidente de Venezuela, calificado por muchos como dictador de esa república bolivariana.

Y todos sabemos que López Obrador, el candidato presidencial de MORENA, está siendo asociado a ese extinto gobernante sudamericano y a todos sus defectos. Parecía obvia esa malintencionada medida, originada quién sabe en qué sitio de la política.

De entrada, los medios nacionales y locales se la adjudicaron al régimen yunista que gobierna a Veracruz y que pretende dejar en el poder al hijo del gobernador. El propio Cuitláhuac mencionó que quienes portaban esas botargas eran policías al servicio del gobierno del estado.

Y la idea o presunción de que esa estrategia de contención fue montada por el régimen actual, obedece a que en el pasado, Yunes Linares fue acusado de organizar eventos similares para disminuir a personajes que hacían campaña electoral y que eran sus adversarios políticos, cuando él estaba al frente de la secretaría general de gobierno en el sexenio de Patricio Chirinos.

En septiembre de 1993, al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, quien hacía campaña presidencial en Xalapa, le enviaron a un grupo de artistas travestis a hostilizarlo en una reunión política que se efectuaba en un prestigiado hotel de la avenida Lázaro Cárdenas.

Otro de esos adversarios fue Ignacio Morales Lechuga, excandidato a la gubernatura por el Partido del Trabajo, y que en septiembre de 1995—dos años después—fue conminado desde el palacio de gobierno a no presentarse a un homenaje en su honor en la escuela secundaria donde él fue alumno en la ciudad de Poza Rica. El propio Morales Lechuga contaría años más tarde que los policías que le enviaron a presionarlo, llegaron a cortar cartucho ante él y su señora esposa.

Ambos hechos también trascendieron al estado y fueron objeto de críticas y reiterados comentarios en la prensa nacional en contra de Yunes Linares.

Pero estamos en pleno siglo XXI y las circunstancias no son las mismas. El ambiente nebuloso y la crispación social previa al cambio de gobierno, lo que menos necesita es de incidentes provocadores o distractores para desmotivar o desconcertar al electorado. No debe echarse lumbre al fuego. Casos como éste, debieran aclararse a fondo y no repetirse por el bien de la sociedad mexicana.

Y para qué botar gas, cuando puede requerirse esa energía para objetivos que realmente proporcionen resultados.

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