Se busque por donde se busque en este México del siglo XXI, pareciera que todos los políticos están cortados por la misma tijera. Una nefasta tijera, que confecciona por igual los atuendos que distinguen a los piratas, a los bucaneros, a los filibusteros, a los corsarios y a todos aquellos desalmados individuos acostumbrados a medrar a costa del trabajo de la sociedad.

En plena campaña para encontrar un presidente de la república, los distintos candidatos al cargo están mostrando las virtudes y defectos que, aunque lo quieran esconder, llevan tatuados en la piel por debajo de las vestimentas.

Por el lado del PRI—el partido en el poder—se desplaza un hombre llegado de otras islas y con apariencia inmaculada, cuyo defecto conocido y poco comentado por los medios, es aquella decisión que se operó en el INEGI –bajo su coordinación en SHCP—hace pocos años, que obligó a suavizar los esquemas para medir la pobreza en nuestro país y que disgustó enormemente al Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL). El tajo metodológico permitió reducir el número de pobres en la nación peñista.

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Otro defectillo con mal olor en su expediente, fue el de no haber detenido las pillerías iniciadas por Rosario Robles en la SEDESOL, por las que diversas empresas fantasmas contratadas por ella en su papel de secretaria, le piratearon miles de millones de pesos al erario federal. Temas que no podrá negar José Antonio Meade en su paso por esas secretarías de estado: tiempos de dejar hacer y dejar pasar.

Ricardo Anaya, prófugo del panismo puro y filibustero mayor de esta contienda electoral, plenamente exhibido en los últimos meses con todo y sus empresas inmobiliarias con recursos públicos. Un político convencido de que él, y nadie más que él, ocupará la presidencia de la república, de la mano de Dante Delgado, su eficiente descubridor de estrellas, y de Alejandra Barrales, la Blanca Nieves del PRD. Este es Ricardo, el musical y maravilloso muchacho de los ojos tristes, que jamás ha robado un centavo.

En el caso de MORENA, la honestidad valiente de Andrés Manuel López Obrador fue transformándose en crujiente queso que puso a disposición de varios corsarios de torva mirada y pedestres maneras. El Napo, Elba Esther Gordillo y una larga fila de personajes con larga cola y avidez de poder, que fueron lavados y perdonados por el rayo divino y redentor del político tabasqueño y esperan ansiosos la “Constitución Moral” morenista.

Los mexicanos tendrán que analizar a conciencia el ofrecimiento de cada uno de los aspirantes a la presidencia de la república. Por desgracia, si se miran los equipos con que se apoyan, se percibirá que varios de sus integrantes son gentes de dudosa honorabilidad o de interesante historial delictivo. Muchos de esos actores de comedia política, deben estar mirando el palacio nacional como el medio apropiado para hacerse de jugosos capitales. Como si la sociedad y México fuesen una gran empresa.

Pero en la historia de la política, no es la primera ocasión en que la corrupción es una forma de conseguir un mejor control y mayores dividendos para todos.

Recordando la célebre corrupción del régimen franquista en España, el historiador Paul Preston declaró alguna vez que Francisco Franco utilizaba la corrupción para manejar a sus adeptos y funcionarios. “El dictador utilizaba la corrupción para controlar a sus allegados y colaboradores. Era una especie de mezcla entre premio y chantaje, porque los dejaba hacer cosas y luego les amenazaba con acusarlos. En esa época, la idea del servicio público no era para el beneficio público, sino para el privado”.

En su libro Los Franco S.A., Mariano Sánchez Soler cifró en medio centenar, las empresas y sociedades anónimas relacionadas, apadrinadas o presididas por los políticos y miembros de la familia Franco, donde todos ganaban, utilizando esa mezcla de tráfico de influencias, amiguismo y mordidas, que acaba en malversación de caudales públicos.

El periodista Ramón Garriga lo dijo así: “Franco cultivaba la corrupción como norma política, partiendo del principio de que quienes colaboraban con el régimen, serían fieles mientras los asuntos del bolsillo marcharan viento en popa”.

Observando el proceso electoral 2018 y el inacabable desfile de circunstancias extrañas y personajes cuestionados en todos los equipos, la situación recuerda los violentos abordajes de los barcos de piratas en medio del océano. Y si reflexionamos el tema a la medianoche, es posible que lleguemos a escuchar en el aire la vieja arenga de los mares:

“¡Botín a la vista!¡México, S.A.!”

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