Cuando se escuchan o se leen las propuestas de campaña de los cuatro candidatos a la presidencia de la república, el primer pensamiento que se tiene es el de la duda en que puedan ser concretadas. Entre más atrevidas o provocadoras sean éstas, mayor será la incertidumbre o el desasosiego en el oyente o lector. Eso sí, jamás serán reacciones de convencimiento total sobre la viabilidad de las mismas.

La reacción del receptor de esas propuestas, bien intencionadas, pero generalmente desmesuradas, pudiera ser algo similar a lo que se observa en un astronauta caminando en la superficie de la luna.

En este momento de la campaña electoral, y después de haber conocido toda una catarata de propuestas de todos y cada uno de los candidatos, difícilmente puede creerse que haya gente que pudiera recordar una mínima parte de ellas. Las propuestas entran por un oído y salen por el otro, con el mismo valor de aquella información que se guarda temporalmente en el disco duro de una computadora y que se sabe de antemano que en un tiempo determinado irá al cesto de papeles (a la basura) por inservible.

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Las propuestas sólo son propuestas de candidatos que quién sabe si llegarán al poder. Eso parece tenerlo bien claro la población, aunque tenga en su mente un preferido. Por eso es iluso ponerse a calificar a los candidatos sólo por sus propuestas. Cuántos de ellos, si no es que los cuatro, abusan del ansia de mejora, de la esperanza en el cambio, o hasta de la fe que tienen los ciudadanos.

Las propuestas, si bien les va, suelen pasar por tres momentos. Las buenas siguen tres etapas. Primero son simples propuestas de candidatos, que se presentan en el periodo de campaña. Después, cuando ya hay un presidente electo, el elegido empieza a conocer y a escuchar lo que encontrará en el gobierno. En este instante, el privilegiado ganador, deberá olvidar y enterrar lo que dijo al amparo de la campaña, para determinar qué es lo que sí pudiera cumplir. El tercer paso, es ya siendo presidente, sentado en la silla del águila, cuando conoce con mayor exactitud qué de todo lo que dijo u ofreció, o cuáles de sus propuestas, o de las que se hubiere apropiado de otros contendientes, tienen verdaderas posibilidades de convertirse en programas de gobierno.

En ese último momento, el elegido sabrá exactamente lo que dice la Ley respecto a cada tema; cuánto presupuesto puede disponer para cada acción; a qué intereses o grupos beneficiará o perjudicará en sus decisiones. Y encima del caballo, ya como presidente de la república, podrá por fin, saber qué es lo que le conviene a él y qué futuro ve a su gestión.

Pudiera afirmarse que en este momento los cuatro candidatos se repartieron la luna, y que cada uno en su territorio, teje deseos y sueños que quisiera alcanzar.

Por lo pronto, en estos tres meses de campaña—abril, mayo y junio—las cosas que haga o diga cada candidato, serán como los tímidos y balbuceantes pasos de aquel astronauta que por primera vez pisa la superficie de la luna. Un camino lleno de sueños, de ilusiones, de utopías, nada más.  En un ambiente falto de gravedad.

Y esa falta de gravedad es la que caracteriza por ahora a todas las propuestas. No tienen peso alguno, o si acaso, muy poco.

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