Los abundantes rumores sobre el futuro político del senador Ricardo Ahued no hacen más que hacer visible la ingobernabilidad que vive el estado de Veracruz en los tiempos de la 4T. Y este no es un problema reciente y exclusivo de la entidad, sino que se está observando en varios estados de la república. 

A nivel local recordemos que la historia describe a los cempoaltecas como uno de los primeros pueblos ingobernables de este territorio. Hace 500 años se aliaron a los españoles para ir junto a los tlaxcaltecas a derrotar a sus enemigos mexicas de Tenochtitlan. Siglos después Antonio López de Santa Anna y su eterna inquietud política fue factor en las luchas de la joven república. La ciudad de Veracruz ha sido cuatro veces heroica y está sobrellevando su quinta hazaña, pero esta proeza se da ante el temible coronavirus. Y debe aceptarse que Veracruz entero es un estado acostumbrado a la lucha y al desafío, a la discusión y a la exigencia justa ante sus gobernantes. 

Como ocurrió en ocasiones pasadas, el tema de la ingobernabilidad es algo que sufre Veracruz y que se percibe de varias maneras en la administración de Cuitláhuac García, una gestión que en sus dos primeros años se caracterizó por la ineficiencia en casi todos los ramos del gobierno y en el uso y exceso de distractores sociales para esconder esa carencia de resultados o avances en terrenos como la seguridad pública, la economía, la obra pública o la salud, principalmente.

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Desde hace casi dos años es frecuente el rumor sobre el cambio del gobernador. Esta semana y por enésima vez trascendió la llegada de Ricardo Ahued al palacio. Ahora le agregan que va a sustituir a Cuitláhuac porque el ingeniero será el nuevo director de Pemex. Y varias manos ociosas y perniciosas mueven el rumor como diablitos traviesos en redes sociales para hacer borlote o nubazón.

La única realidad es que los de la idea (y aldea) están usando ese apellido popular para tratar de que la gente olvide los graves problemas de Veracruz. Y por su parte, el equipo de Ahued lo usa para presionar a que lo tomen en cuenta en el centro, con la amenaza de que los partidos de oposición lo quieren como candidato, ¡Y Ahued puede irse con ellos! 

Pero a quienes promueven esa falsa noticia se les olvida el pequeño pero distintivo detalle que establece la Constitución local: que debe ser veracruzano el que quiera ser gobernador, y el señor Ahued nació en Pachuca, Hidalgo. Pero de acuerdo con la ley suprema, su residencia en Xalapa no es suficiente para convertirse, por ahora, en gobernador.

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Quizá los 40 promoventes del proyecto económico ahuediano, lo que quieren es asegurar cuando menos la presidencia municipal de Xalapa, donde sus simpatizantes y plumas ligeronas aseguran que haría un papel extraordinario y muy honesto. Y más ahora que Cuitláhuac se observa empecinado en asegurarle el cargo edilicio a su parienta Dorheny García Cayetano, su supuesta hermana por parte de padre, a quien insiste en ponerle un melodioso nombre de ficción al estilo del inmortal Gabo: “Dorheny Cayetano” (para esconder el García, o quizá para minimizar el golpe de una posible derrota electoral).

Pero volvamos al campo y a la certeza. Si Ricardo Ahued llega a alcalde, entonces sí podría iniciar dos objetivos esenciales para la ansiada gubernatura: primero, insistir en modificar la constitución veracruzana para poder cumplir el requisito de la veracruzanía, y segundo, forrar bien las alforjas para poder cabalgar por el costoso camino electoral en 2024. 

Respecto a PEMEX, habrá que apuntar que el presidente tendrá allí al que le sepa cumplir sus expectativas, llámese Hugo, Paco o Luis. Sobre este tema, basta recordar el caso de Gutiérrez Barrios, que dejó la gubernatura veracruzana solamente porque lo necesitaba el expresidente Carlos Salinas. Por el momento, no parece que AMLO necesite a Cuitláhuac en la paraestatal petrolera; ni este tiene el cercano historial obradorista del director de PEMEX, que algún iluso veracruzano quiere despedir. Y ya que aquí hay soñadores y flechadores por montones, qué pasaría si el presidente, en efecto, quita a su cuate de Pemex, y pone allí a gente como Dante Delgado, que astutamente sigue deshojando su margarita.

Y pensemos en otra circunstancia real y poco meditada: que quitar a Cuitláhuac por presiones, podría llevar a que la gente pida quitar a los gobernadores de Puebla o Morelos, que no cantan bien las rancheras, igual que el “gober rumoroso” veracruzano. Acaso Andrés Manuel correría ese riesgo. ¿Como para qué?

Los adelantados necesitan serenarse y ponerse a reflexionar. Lo que tenga que ser, será, y, para qué adivinar lo que vamos a saber, decía el viejo. Mientras tanto, sería muy bueno que el que todavía manda en Veracruz, cuide y se cuide para que no lo sepulte la ingobernabilidad y antipatía por él generada.

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