El pasado mes de octubre la doctora Claudia Sheinbaum Pardo inició su gestión bajo la acuciosa mirada de miles de observadores nacionales e internacionales y con diferentes ópticas y sensaciones ciudadanas sobre su actuar en el palacio nacional.  

Y ocurre así porque ella es la primera mujer de este país que ejerce el máximo poder que otorga la Constitución Política y que ocupa la pesada silla presidencial mexicana. 

Desde el inicio de su gestión la atrapó la volátil inercia obradorista y el obligado compromiso de tres décadas de aprendizaje junto a López Obrador, el creador de su carrera política y cuidadoso impulsor hacia el mayor objetivo estratégico para fortalecer a la cuarta transformación. A partir de su destape hacia la presidencia ella configuró en su discurso lo que denomina “consolidar el segundo piso de la 4T”.

Y tras 150 días en el cargo, la mayor parte de esos observadores (y críticos también) pudieran considerar ahora, que resulta positivo el balance obtenido, considerando su joven administración sexenal, que no llega al 7% de su periodo legal.

Primero ella se atoro y manchó con la perniciosa reforma judicial heredada y trampeada con explosivas minas por su vigilante antecesor. Y es que no ha sido una buena jornada la del Poder Judicial, extinguido marrulleramente en su funcionamiento por los sucios manejos de las tribus morenistas y su cacique machuchón, y en la votación final en el Senado, por el patrimonialista clan Yunes Márquez, el de las oscurecidas mentes traidoras de la bajura veracruzana. 

Pero para componer el escenario de los propósitos y despropósitos, llegó el empresario Donald Trump al mando estadounidense, y entonces, las nuevas circunstancias internacionales ayudaron u obligaron a la presidenta Sheinbaum a impulsarse por sí misma, a poner a flote y salvar su gobierno, y a pensar en su propio legado en la historia patria. 

Sheinbaum abandonó el suicidio personal que le representaba el errado modo “Abrazos, no balazos”, con el que tanto tropezó AMLO en su loca carrera rumbo a los pantanos. La presidenta impulsó con éxito su idea y su lucha “antinepotismo”, en vías de consolidación y con amplia protección en la opinión pública nacional, y con actitud resuelta, supo lidiar con la trampa arancelaria “trumpiana” y leer su mensaje entrelineado, centrado en el combate al narcotráfico que asesina a la juventud de esa nación.

La semana anterior el gobierno de Claudia Sheinbaum entregó a 29 narcotraficantes de alta denominación al gobierno de Estados Unidos, al tiempo que envió a sus principales funcionarios de seguridad pública a reuniones estratégicas con sus similares del país del norte. 

Antes había aprobado la incursión de fuerzas militares en suelo mexicano, había apoyado la exigencia de Trump en el tema migratorio y había conseguido posponer un mes la amenaza arancelaria.

La semana anterior les dio a los estadounidenses el añorado regalo de la venganza contra el narcotráfico: les puso allá a Rafael Caro Quintero, el capo que décadas atrás asesino en Jalisco al agente de la DEA Enrique “Kiki” Camarena, quien desde ese tiempo y tragedia ha movido el deseo de justicia en el gobierno de Estados Unidos respecto al narcotráfico mexicano. 

También les puso en charola de plata la cabeza de otros capos como “El Viceroy” o los hermanos Treviño Morales, fundadores de Los Zetas, quienes ahora saben que pueden esperar incluso la pena de muerte en esa nación de estirpe justiciera al estilo del viejo oeste. Y también la semana anterior detuvieron a “El Rodo” prominente delincuente del Cártel Jalisco Nueva Generación y hermano del célebre “El Mencho”. Buenas acciones sin duda alguna.

Sin embargo, Sheinbaum Pardo deberá ser más sincera, realista y objetiva cuando habla de la corrupción del poder judicial mexicano, barriendo parejo, porque es muy evidente que ella cierra los ojos y calla sobre la terrible corrupción que hubo en el poder ejecutivo y legislativo de AMLO y en gobiernos morenistas como los de Cuauhtémoc, Cuitláhuac o Gallardo en Morelos, Veracruz y San Luis Potosí, instancias, todas ellas, donde además, el nepotismo moreno y verde la orillaron hace pocos días a prohibir constitucionalmente esta lacra gubernamental y política, aunque los viejos y jóvenes dinosaurios morenistas se lo impidieran durante este sexenio.

Aún con todo ello, su balance arroja más números positivos que negativos.

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