Nadie dirá jamás que Cuitláhuac García Jiménez inició mal su sexenio. En la historia de Veracruz, pocos son los exgobernadores que podrían presumir haber tenido al mismísimo presidente de la república junto a ellos en la capital del estado, durante las primeras horas de su asunción del cargo.

El domingo al atardecer, Andrés Manuel López Obrador vino a Xalapa a acompañar a Cuitláhuac y a entregarle simbólicamente el cetro y la espada de mando. Frente al palacio de gobierno, la plaza Lerdo lució atestada y muchos quedaron asombrados cuando entonaron el himno nacional.

Con López Obrador apoyándole, Cuitláhuac vistió de esplendor el centro político de la ciudad y evocó la grandeza del huey tlahtoani y la de los fuertes tamemes aztecas que cargaban esperanzas y realidades materiales.

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Semanas antes habló del respaldo financiero que la federación dará a Veracruz para que pueda afrontar los primeros meses de gestión, después de la interminable crisis en las finanzas públicas locales. Habló también de declarar estado de emergencia humanitaria por la situación grave y delicada en torno a la lucha contra la delincuencia, los miles de desaparecidos y las decenas o centenas de fosas de cadáveres que evidentemente existen a lo largo de la entidad.

Nombró a Éric Patrocinio Cisneros como secretario de gobierno y a los demás funcionarios de primer nivel. Designó también a titulares de las entidades de la administración.

En el estrado colocado en el lugar más visible de la plaza, López Obrador soltó su primer discurso presidencial en el territorio jarocho. Junto a él, Cuitláhuac y el principal funcionario federal en Veracruz, el sociólogo Manuel Huerta Ladrón de Guevara. Andrés Manuel constató el entrañable respaldo popular que ha recibido en esta entidad federativa desde hace varios años. Y lo que todo mundo esperaba: el anuncio de la creación de nueve universidades públicas y la extraordinaria cobertura de sus generosos programas sociales que ayudarán a reactivar la economía veracruzana.

El presidente de la república vino a dar el espaldarazo al gobernador. Pero también a exigirle resultados con su presencia. Y como aquel lapicero que no sabía fallar, Cuitláhuac no puede quedarle mal a AMLO y a los veracruzanos, porque si así ocurriera, el primer mandatario fallaría en su ofrecimiento original a los mexicanos.

López Obrador lo dijo rotundo en cadena nacional. No puede fallar a la población que lo llevó al ansiado cargo que deseaba: convertirse en el primer presidente de la república surgido de la izquierda.

Ambos políticos saben que el poder sirve, precisamente, para poder.

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