La tragedia que vive la ciudad de Acapulco después del terrible impacto del huracán Otis con categoría cinco el miércoles en la madrugada, dejará muchas más huellas en la población, que las que estiman o suponen los funcionarios del gobierno federal y el presidente de la república.
Las autoridades y funcionarios de los tres órdenes de gobierno se vieron ineficientes y no supieron afrontar, ni antes ni después del suceso, el mortal fenómeno hidrometeorológico que devastó la región.
Y por desgracia para la población más vulnerable de este municipio y de todos aquellos que resultaron afectados, ya no existen ni el FONDEN, ni los recursos económicos que estaban disponibles en esa institución para solventar este tipo de eventualidades. La solución que vendría será la misma que se ha percibido en situaciones similares en el resto del país: gente esperando los apoyos después de muchos meses y circo para distraer a los inconformes.
La sociedad entera había conocido y lamentado la reciente liquidación de fideicomisos destinados a proteger derechos laborales de 55 mil trabajadores del Poder Judicial de la Federación (PJF), y que marcharon en días pasados en contra de esta decisión de la cúpula obradorista, respaldada disciplinadamente por los diputados y senadores afines.
Pero en estas horas, y con el efecto Acapulco con toda su dimensión y secuelas negativas, seguramente la preocupada sociedad mexicana estará evaluando la apurada y cuestionada desintegración del Fonden y de los otros fideicomisos que el gobierno esfumó.
Pero más que nada, estará desconfiando de la pobre y patética reacción presidencial, difundida en una fotografía que ya dio la vuelta al mundo, en la que se observa a AMLO ‘desconcertado’ y sentado cómodamente en un Jeep militar mientras ve a un grupo de soldados tratando de sacar del lodo el pesado vehículo que lo transporta.
Pero la inacción e insensibilidad la siguió mostrando en su conferencia mañanera posterior, cuando López Obrador no tuvo las palabras adecuadas ni su cacareada sensibilidad “humanista” para informar objetivamente los sucesos. Mientras tanto, allá en el lodazal acapulqueño, caminando y tropezando sobre los innumerables despojos, la ciudadanía sigue esperando apoyos oficiales suficientes y oportunos.
Los fallecidos en esa desgracia (48 personas hasta ayer domingo) fueron seres humanos que merecen respeto, y sus familias, la consideración del gobierno y de todos los mexicanos, la que deberá ser más que en palabras, en hechos solidarios, en dotación de suministros y bienes materiales suficientes para subsistir medianamente mientras se vuelve a la normalidad.
Las imágenes gráficas y videos que circulan entre los ciudadanos y en los medios de comunicación, indican que vendrán semanas y meses de altos costos, de altas necesidades y de altos impactos de toda índole.
Los más preocupantes son los decesos, pero también las afectaciones a la salud física y mental de los miles de damnificados, la urgente reconstrucción de las más de 225 mil viviendas afectadas, la infraestructura urbana, los puentes y edificios derruidos (63 % de construcciones inutilizadas) y el 80% de capacidad hotelera que tardará en reconstruirse, sin olvidar los demás rubros de afectación a la economía, porque en esa zona el turismo es el principal motor de ingresos regionales.
Pero los daños están en proceso de cuantificación total, y es evidente que comenzarán a manifestarse los costos políticos que le preocupan a López Obrador.
El caos, las demandas sociales, las demoras de los apoyos y las crecientes pérdidas humanas y materiales, convivirán con las campañas políticas que se llevan a cabo respecto a diputados, senadores, gobernadores y presidente de la república.
La gobernadora está impactada, y la realidad es que pocos actores políticos se han pronunciado con inteligencia. Los empresarios acusan abandono de las autoridades gubernamentales mientras la indolencia del obradorismo en la desgracia refleja los modos de su cuarta transformación.
Ante todo ese lamentable conjunto de circunstancias, tendremos que recordar que el pueblo sabio no se equivoca. Y si se equivoca, puede rectificar y hacerse valer en las próximas elecciones. Sin duda, los impactos serán más grandes que los que pueden suponerse.