Han pasado 37 años del fatal terremoto que ocasionó la muerte de más de 20 mil personas en la Ciudad de México, aquel 19 de septiembre de 1985. Fue un duro y traumático golpe para el despertar de millones de mexicanos, que seguramente perdurará en el tiempo.

Un terrible fenómeno sísmico provocó un cambio en las formas de protección y organización civil. El gobierno del presidente Miguel de la Madrid se vio totalmente superado ante la tragedia. La naturaleza devastó no sólo a la sociedad mexicana, también a una administración que buscaba una renovación moral del país, obligada por los escándalos de corrupción e impunidad de López Portillo, el expresidente.

En la misma fecha, pero de 2017, la Ciudad de México fue escenario de un nuevo sismo que dejó 370 muertos y más de 7 mil 200 heridos, según cifras oficiales. No importa si fueron más o menos, con un sólo muerto o herido, el suceso ya es desgracia. Pero que en la misma fecha de este año, se presentara un nuevo movimiento telúrico -con al menos dos muertos en Colima- no deja de ser un balance letal. México se volvió a sacudir. 

Pero, así como se agitó la república mexicana, en el Reino Unido culminó el funeral solemne de Isabel II. Fueron dos semanas de despedida a la reina que más ha durado como majestad y la más longeva como soberana. La Familia Real, el Reino Unido, la Mancomunidad de Naciones (Commonwealth) -compuesta por 56 países- y la comunidad internacional, saliendo de este impactante movimiento sucesorio, tendrán que moverse adelante ante el fin de ‘la era isabelina’, como lo definió el progresista diario británico The Guardian.

El siglo XX en México inició con un terremoto político, la caída del Partido Revolucionario Institucional (PRI) -tras 70 años consecutivos en el poder- y la llegada del panista Vicente Fox a la presidencia de la república. Desde esa época, en la política y la sociedad, se ha presentado un parche ideológico frágil de sostener con el tiempo y que puede morir de manera temprana. Y en los nuevos tiempos no hay ideologías definidas, claras, concretas que proyecten al escenario a alguna persona con talla de estadista.

Si miramos bien la realidad, los sismos de la naturaleza y de la política golpean la libertad y la igualdad. En pleno siglo XXI es más probable encontrar a grandes sirvientes que a grandes líderes. Del pasado quedan los libros de historia, del presente pocos se van ocupando. Hay una crisis de identidad, en tanto la realidad se prepara a fuerza de golpes para despertar a los que languidecen poco a poco.

En México como en el Reino Unido el mito de la democracia genera la pérdida axiológica, no importa lo que se construya para el futuro de los niños y jóvenes o la esperanza de las naciones. Lo relevante es conservar una vida de cuento.

Para López Obrador y el rey Carlos III lo transcendental es mantenerse encerrados en un Palacio; desde esos aposentos y balcones es más placentero mirar a los súbditos; ahí continuarán revisando la historia y se podrán proteger de cualquier sismo, mientras duren los reinados. En ambos personajes el único juego es la permanencia. Y todo indica que al paso de los años se hablará más de apoderamientos que de empoderamientos.

Mientras tanto, millones de sus seguidores preferirán esconderse en sus habitaciones para contemplar el póster de su ídolo o escuchar la ochentera canción del grupo argentino Soda Stereo, coreando ‘cuando pase el temblor’ en ‘un planeta con desilusión’.

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