El mes de diciembre ha traído hechos que atraen fuertemente la atención. Primero, el amago de despidos en la burocracia veracruzana, muchos de ellos haciéndose efectivos en plena temporada vacacional y en completo sigilo. Después, la celebración multitudinaria por los quince años de la potosina Rubí, demostrando el poder de las redes sociales para convocar y también para distraer. Enseguida, el gasolinazo del 20 por ciento, como regalo del Santa Claus mexicano.

En el ámbito internacional, igual en este fin de mes, la noticia del proceso judicial en contra de Cristina Kirchner, ex presidenta de la Argentina, a quien un valiente juez le ha dictado embargos por 10 mil millones de pesos argentinos (un poco más de 643 millones de dólares). En una cifra sin precedentes en ese país, la acusan de corrupción por direccionamiento de obras públicas en un total de 72 mil 500 millones de pesos, en contubernio con tres de sus colaboradores.

Ese coctel de noticias se da en un momento en que en Veracruz se discuten temas como el del nuevo gabinete estatal, los excesos del poder político, la corrupción de un ex gobernador y sus adláteres, y sobre todo, la impunidad que parece pervivir en el estado, en contra de los deseos de justicia de una ciudadanía lastimada.

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Pero esa mezcla de noticias no diluye el sentir de la población, por el contrario. La suma de temas que incordian, como los despidos injustificados de personal, como la corrupción, la impunidad y el aumento inusitado del precio de las gasolinas, no hace más que enardecer a la gente y acercarla a un peligroso estado de crispación social, que puede llegar al desborde y a la ingobernabilidad. Circunstancias sumamente peligrosas en un momento de debilidad del liderazgo presidencial y a unos cuantos meses de una elección de alcaldes en Veracruz.

Justamente la noticia argentina nos trae el recuerdo de un modo de inconformidad social, en sus orígenes, iniciado por mujeres en Argelia y trasladado a Chile en diciembre de 1971, cuando todavía Pinochet no había dado su golpe de estado. De allí se trasladó a Argentina, Colombia, Brasil, Venezuela y casi a toda Latinoamérica, llegando incluso a Quebec, Canadá. Es una temida estrategia social que se ha mantenido al paso de los años y que en Europa la han utilizado en Islandia, España e Italia.

Nos referimos al cacerolazo o cacerolada, un movimiento de ciudadanos que puede darse en las calles, o desde el interior de las casas para no sufrir la represión policiaca. Se trata de hacer un gran ruido, golpeando cacerolas y sartenes al unísono y con fuerza, con objeto de manifestarse en contra de una decisión o de un personaje del poder. Como es de suponerse, no es difícil que de este esquema estridente, que tiene un alto grado de adhesión y participación, se pase a otras medidas más fuertes como toma de calles y edificios y de ahí al desorden general.

Actualmente también se estilan cacerolazos cibernéticos con miras de alto alcance. Si Rubí generó simpatías por miles en las redes nacionales, qué pasará cuando el descontento social lleve a un cacerolazo real o virtual, al estilo argentino o español. Por lo pronto, las redes mexicanas están llenas de llamados a la acción contra el aumento a las gasolinas.

A como están las cosas en México con los efectos de la impunidad de ex gobernantes corruptos, o por temas álgidos como el propio gasolinazo, el presidente Peña Nieto podría llevar a cabo un fuerte golpe judicial al estilo del argentino, aunque el afectado mexicano pudiera victimizarse como lo está haciendo la señora Kirchner. Le serviría para mitigar, equilibrar y distraer.

Lo más deseable es que no ocurran ese tipo de movimientos sociales. Mejor procurar que las instituciones busquen escenarios de orden, prudencia y mesura. Porque la literatura sobre el tema trae consignas como estas: “Tiremos el dedazo con un cacerolazo”, “Funcionarios, la cacerola vigila”. En el entorno mexicano podría ser: “Contra el gasolinazo, un cacerolazo”. Pero para qué, si todavía se puede enderezar el rumbo.

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