Todo había sido subir y subir la cuesta. Primero, encontrar el discurso adecuado, lo cual resultó muy sencillo. Javier Duarte era un rico filón, si se quería hablar de corrupción, un tema de moda en casi todo el país. Después, conseguir la candidatura a gobernador. Por último, buscar los elementos para enderezar la campaña, a partir de denuncias sobre la impunidad, la complicidad de los colaboradores, el quebranto financiero del Estado y el hartazgo de los ciudadanos.

Montado en las encuestas reales y en el convencimiento popular, y apoyándose en las denuncias de la Auditoría Superior de la Federación en enero pasado, fue creciendo el disgusto hacia Duarte. Y también se hizo mayor la simpatía para transformarlo en un candidato ganador. Con todo a favor, el domingo 5 de junio pasado, Miguel Ángel Yunes Linares se convirtió en absoluto triunfador de la contienda electoral.

Con la victoria en la mano, arreció en sus declaraciones contra Duarte y su gente, consiguió que el Tribunal Electoral lo confirmara y empezó a elaborar su plan de desarrollo. Tuvo que insistir para que lo recibiera Peña Nieto y tratar con un gobernador sustituto a quien le quitó el palacio, apoyado por un grupo de alcaldes que reclamaban dineros atrasados.

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Miguel Ángel Yunes pasó todas las aduanas y procesos para llegar a la cumbre de su trayectoria política, la mañana del primero de diciembre en el Congreso del Estado. Ese día, eufórico y pleno, rindió protesta como gobernador de Veracruz y dio su mejor discurso del año… y quizá de su vida. Pero una hora y media después, empezó a descender. Consiguió una bicicleta y tomó un camino de bajada para llegar a la plaza Lerdo a dar su segundo discurso y miles de abrazos y apretones de mano.

Al observarlo, la gente evocó el populismo de Fidel Herrera cuando se subía a un taxi y llegaba a palacio o a las reuniones. Y también recordó su incansable gusto por los reflectores, el baño de pueblo y la palabrería. Algunos dicen que vieron hasta migueliñas.

Algo más pasó. Ese día trajo a la memoria el famoso gatopardismo. Y de inmediato, lo adoptaron varios de sus colaboradores, que ahora se conducen como si llevaran aura. Como si a la recepción del nombramiento, el beneficiario adoptara otra cara, otra fisonomía, otra actitud.

A la par, llegaron las primeras decepciones. A veces por expresiones desafortunadas; a veces por nombramientos sumamente cuestionados. Varias más, por expectativas no cubiertas y compromisos olvidados.

En los seis días del yunismo, los generales y los nuevos regimientos (por no decir hordas de traje azul y amarillo), han asaltado las oficinas, reclamando suculentas posiciones, que, ¡oh sorpresa!, no aparecen. Pobrezas y miserias es lo único que existe en esos horizontes burocráticos, nada idílicos.

Los miles de trabajadores mal pagados de esas oficinas públicas, que casi siempre detestan al PRI y apoyan a otros partidos, que esta vez votaron por Yunes Linares, gustosos reciben a los olímpicos vencedores. Pero éstos empiezan a desairarlos, a marcar distancias, a darles tediosas entrevistas, encaminadas a despedir a los que más puedan.

Con esa táctica, se irán abogados, que ahora mandan a las casetas de los estacionamientos, para empujarlos a que renuncien. Empleados menores, a quienes ya amenazaron con disminuir sus compensaciones. Madres solteras, que llevan años sosteniéndose en sus empleos contra viento y maneras deshonestas. Gentes de bien, que el 5 de junio dieron su voto a Miguel Ángel.

Personas de carne, hueso y voto, que en estos primeros días del nuevo gobierno, están descubriendo que el azul, no siempre es cielo o suelo prometido.

Todos ellos, decepcionados y traicionados por su mismo voto. Votos, que a partir de ahora, junto con los de sus familias, serán para alguien más, distinto a los intereses de Yunes Linares. Sin duda, un mal cálculo de estrategia. O un error por descuido. Imperdonable en política.

La realidad: el descenso imparable; el inicio de la caída, tan sólo a seis días de haber llegado al poder. Lo peor es que todos esos afectados, se convierten en multiplicadores en contra. Y los causantes de esa debacle se irán tan campantes por donde vinieron.

Si se pretende otra cosa, es el momento de que Enrique Pérez, Manuel Muñoz Gánem y Leopoldo Domínguez Armengual, ayuden a su jefe y amigo a que no lo hundan los invitados.

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