José Antonio Flores Vargas

A través de los tiempos, la humanidad ha conocido el concepto del Diezmo, como algo obligado en el desarrollo de las sociedades occidentales. Los romanos incluso legislaron sobre este tema, imponiéndolo en los lugares que conquistaban. Cuando la Iglesia Católica estableció su sede en Roma, se adecuó esta aportación para el sostenimiento y crecimiento de la institución. En esos tiempos, el diezmo tuvo dos variantes, civil impositiva y religiosa voluntaria.

La vertiente impositiva la conocemos en la recaudación fiscal obligatoria. La religiosa voluntaria, se puede observar en carteles y bambalinas colocadas al frente de parroquias y catedrales, en países como Chile, Argentina o el nuestro, con citas como “Dios ama a quien da con alegría. Aporta tu diezmo”.

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Sin embargo, en esta época, el diezmo (la famosa décima parte) parece ha sido actualizado a cifras mayores y a denominaciones diversas, por ejemplo: “No amigo, aquí no pedimos el diezmo, aquí con “un ventilador” negociamos qué te podemos dar”.

Hace exactamente diez años, a un director administrativo del gobierno del estado le dijeron que de todo lo que tramitara, a él le tocaría el siete por ciento y que lo demás era para los de arriba. Lo invitaron a aceptar esa regla, so pena de ser despedido. El personaje de la anécdota suponía que los negociadores hablaban de un treinta por ciento, ya que fue en ese sexenio cuando se familiarizaron los ventiladores.

Pero bueno, dirían algunos, en esos años todavía se veían obras públicas y se contaban los puentes por miles.

El problema llegó cuando la ambición dejó de descansar, y se puso a medrar sin medida y con todo descaro.

Esta reflexión viene a cuento, gracias a las éticas palabras que pronunció ayer ante la estatua de Miguel Hidalgo, el titular del ORFIS, el bueno de Lorenzo Antonio, que como su tocayo, tampoco canta mal las rancheras. Abrió la boca para soltar dos perlas:

“Que no se han maquillado cifras en la revisión de las cuentas públicas”. El problema es que la revisión parece que sólo fue de las firmas en los papeles, donde es cierto, comprobó que sí las tenían.

Dijo también, que fueron otras instancias las que descubrieron las irregularidades, y que por eso, tuvo que revisar bien, y que por lo encontrado, debió denunciar a varios funcionarios. De esto, no hace falta ningún comentario más.

La actitud silenciosa y licenciosa del titular del ORFIS, es el reflejo de la terrible corrupción en que cayó el régimen duartista. Los diezmos “normales” que gozaron muchas administraciones, se amplificaron para convertirse en verdaderas dentelladas a los presupuestos, y después, al robo de caudales completos, que llevaron a la terrible decadencia que ya sufre el estado.

Ojalá y cuando inicie funciones el gobernador Miguel Ángel Yunes Linares, empiece por una revisión y reformulación completa de entes que se convirtieron en elefantes blancos como el citado ORFIS y la Contraloría General, entre otros que presentan el mismo mal.

La nave veracruzana va arrastrada por la fuerte marejada de la corrupción y amenaza con estrellarse y quedar en la ruina.

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