Tras comprobar su augurada derrota en Morena la semana anterior, Marcelo Ebrard Casaubón prometió que este lunes haría un anuncio importante sobre su futuro político. Si cumple ese ofrecimiento, el día de hoy se sabrá si el exsecretario de relaciones exteriores continúa haciéndole el juego sucio a López Obrador o si abandonó el autosacrificio para emanciparse y participar activamente en la lucha por la democracia en México.
Y tiene dos opciones para mantenerse en un papel decoroso: muchos piensan que pasará a Movimiento Ciudadano para convertirse en candidato a la presidencia. Pero en otra opción y para ayudar a cancelar los posibles esquemas totalitarios de AMLO y su 4T, Marcelo, lejos de Morena, también podría contribuir construyendo una vía factible con la oposición para ubicarse como futuro titular del poder legislativo federal y encabezar uno de los tres poderes autónomos e independientes que establece nuestra Constitución.
De esa manera -como aquella ave Fénix que resurgió de sus cenizas- el renacimiento de Ebrard impediría el sueño obradorista de someter al poder legislativo, consolidando junto al poder judicial en 2024, el ansiado equilibrio de poderes que necesita una democracia moderna.
En el inicio de este siglo la democracia apareció en México como una gran promesa. La caída del sistema político priista constituido desde el presidente Calles hasta la salida de Zedillo, despertó en la ciudadanía la idea de nuevos aires de libertad y mejora en el entorno social. No se trataba simplemente de abandonar un régimen que se había hecho imposible, sino de acercarnos a un modelo democrático como el que se vive en los países avanzados de nuestro entorno.
Pero desde el arribo al poder de López Obrador en 2018, la política quedó bloqueada. Después de la intensa lucha en estos cinco años los dos grandes aparatos partidistas actuales apuestan por la eliminación del adversario en lugar de buscar formas de competencia que no excluyan la colaboración en asuntos de interés común.
En esa equivocación los partidos políticos no se sirven sino a sí mismos y dan la sensación de que, más allá de sus afanes por el poder, en México no existen más que problemas imaginarios.
Se nos ha olvidado la lección de acercarnos a los países con mejores resultados y hemos empezado a deleitarnos con fórmulas anacrónicas y patriarcales que evocan bastones de mando, olvidando el cumplimiento de la Ley.
Se ha normalizado el uso de la manipulación demagógica y la presión brutal hacia quienes piensan diferente. Dirigidos desde palacio nacional los jefes obradoristas incitan al odio para atacar y silenciar al sector duro de la prensa, a los políticos y empresarios contrarios al régimen y a todos los disidentes, aplicando fuerte censura.
Y el peligro es que en este estado de cosas no puede olvidarse que los ‘izquierdistas’ de todas partes son iguales: mentirosos y manipuladores con dos caras. Eso ha permitido que tengamos administraciones ineficientes, en las que se disfraza ideológicamente la corrupción para que sea tolerada por la sociedad, usando discursos de perdedores y conformistas, con el ridículo cuento de que ‘los gobiernos anteriores eran peores, robaban más, y ahora, cuando menos, algo nos dan”.
Por eso hoy toca estar atentos. Antes de que concluya el día, los mexicanos sabremos para dónde se encaminan Marcelo Ebrard y sus seguidores. Si participarán en la reconstrucción de la democracia y del país, o si Marcelo se queda a seguir haciéndole al mejor carnal del presidente: ese que no exige, que calla lo que debe hablar y que pasivamente consiente todo. Quizá a cambio de riquezas y prebendas, o quizá disfrutando un oscuro placer al sentirse burlado y mancillado.
Con Marcelo en la oposición, o sin él, el próximo 2 de junio la ciudadanía libre y pensante debe aprovechar el voto individual y secreto para impedir que se continúe gobernando desde los terrenos y escenarios de López Obrador, porque mostrar ausencia o indiferencia, es tanto como aceptar que a México se lo lleve La Chingada.
Bajo ningún concepto o argumento, los mexicanos deben repetir el error de 2018: el de entregar todo el poder a una persona ignorante de la Ley, con discurso torpe y engañoso.