El Heraldo de Veracruz ha publicado un reporte sobre la poca productividad legislativa de nuestros diputados federales en el Congreso de la Unión. El tema no es nuevo, ya que con cierta frecuencia los medios nacionales e internacionales critican la escasa actividad de estos bien remunerados señores.

Y si se tiene el cuidado de verificar las estadísticas sobre la presentación de iniciativas (alrededor de 6,000 en el trienio legislativo), se comprueba la mínima participación de los diputados paisanos. Uno de los pocos que sí estudia sobre los diversos temas de interés, y que suele acordarse de esa función es Marco Antonio Aguilar Yunes, quien representa al distrito de Córdoba y pudo presentar un buen número de iniciativas.

Los que destacan por su baja participación y que son expuestos en la prensa con regularidad, son los sureños Jorge Carvallo y Érick Lagos. De Alberto Silva sólo se recuerda su insistencia en colocar con letras de oro el nombre de Jesús Reyes Heroles, el ilustre filósofo del liberalismo mexicano.

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Esta penosa realidad en torno a la representación veracruzana en la Cámara de Diputados, hace pensar que tuvimos una diputación fantasma que no le cumplió a Veracruz.

A dos meses y días de que dejen el cargo, puede afirmarse que no cumplieron en tres aspectos notorios: no cumplieron en su papel de legisladores; no cumplieron como representantes de sus distritos; y tampoco pudieron cumplirle al exgobernador Javier Duarte, a quien no quisieron defender ni siquiera con alguna frase de reclamo o de aliento. Lo dejaron morir en plenitud y abundancia, convencidos de que era mejor para ellos, retirarse discretamente de la lumbre que los podía quemar.

En el caso de los veracruzanos, esta legislatura federal llevará por siempre el estigma de haber sido la peor de todas. La peor, porque no fue factor, en relación a la terrible corrupción que mostró la mitad de los gobernadores mexicanos. Fue una legislatura silenciosa, o de pasillos murmurantes, cuando mucho.

Los veracruzanos tuvieron una digna representación en el Constituyente de Querétaro hace un poco más de cien años, y a través del tiempo, fueron representados por personalidades con peso específico, que destacaban en el debate cameral y en la presentación y defensa de iniciativas de ley. Gentes con suficiente reconocimiento político y social, que por méritos propios llegaron a ser candidatos a la gubernatura.

Por desgracia para las causas estatales, la actual década se ha caracterizado por el bajo nivel requerido para ser diputado local o federal. El poder legislativo, que en algunas épocas funcionó como uno de los contrapesos políticos en México, se comporta como un poder en decadencia. Una realidad grave y delicada, en estos tiempos en que los intelectuales del país y muchos otros liderazgos, temen la llegada del poder omnímodo de un presidencialismo autoritario.

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