Eduardo Sánchez, el vocero de la Presidencia de la República, dio a conocer ayer una serie de informaciones sobre la disminución del rezago social en México. En esencia, nos dijo que cinco millones de personas dejaron de vivir en pobreza y que 2.2 millones de mexicanos ya no pertenecen al fatal círculo de la pobreza extrema.

“Disminuyeron las carencias sociales en esta administración”, es el título de la nota difundida desde Los Pinos. En conferencia de prensa, el animoso funcionario federal relató la disminución de algunas carencias sociales, reducción que al parecer de la vocería, y seguramente también de las autoridades en la materia, pretende indicar el éxito de la política de inclusión social instrumentada por el presidente Enrique Peña Nieto.

Excelentes números que recuerdan, en primer lugar, el disenso de hace dos años entre el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) y el INEGI, cuando éste último, sin aviso alguno, modificó criterios y formas de medición de pobreza, que hicieron imposible continuar con la comparación de avances y rezagos, instaurado cuando se creó ese organismo de evaluación, que conservaba cierta autonomía antes de esa criticada estrategia unilateral.

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Pero también son números que recuerdan la preocupación resultante a raíz de esa discusión institucional por la forma de medir a los pobres, que evoca también las deficientes estadísticas argentinas sobre el tema en la época de Cristina Fernández de Kirchner. Se sabe que en esa nación productora de cárnicos y granos la presidencia solía maquillar los datos siguiendo criterios políticos. Ojalá y en el caso mexicano, el CONEVAL en verdad haya arreglado las cosas y que esos números, no sean sólo cuentos de época electoral.

Porque, cómo podemos aceptar esa brillante información de política social, cuando vemos la terrible desigualdad y rezago que existen en estados sumidos en la violencia como Guerrero o Chiapas, o como el propio Veracruz y hasta el Estado de México, a unos cuantos kilómetros de la residencia oficial de Los Pinos.

En Veracruz, especialmente en los últimos cuatro años de Javier Duarte, los dineros públicos que se difuminaron entre varias manos de la abundancia, fueron causantes del incremento de las cifras de pobreza que ahora padecemos, mayores al sesenta por ciento. Y paralelamente a Duarte, en otras entidades federativas conocimos a otros malos gobernadores que también desaparecieron multimillonarios fondos. Cómo creer entonces en disminuciones de pobreza, cuando hubo poca obra pública del gobierno y pocos recursos destinados con eficacia a programas sociales.

Declaraciones así, parecen cuentos de cuentas mágicas, fantasmagóricas, como las empresas de papel con las que esos pillos se llevaron los dineros gubernamentales. Cómo creer en cifras tan dichosas y campantes, cuando las estadísticas de empleo y seguridad social han caído en varias entidades del país.

Así como estas numeralias de la magia y la autocomplacencia, podrían resultar las votaciones para los candidatos oficialistas el primero de julio próximo. Si ganan José Antonio Meade y los aspirantes priistas a las gubernaturas, es que, en efecto, los números del vocero están cerca de la realidad. Pero si fracasan en la elección, comprobaremos que perdieron la cabeza esos convenencieros contadores de pobres.

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