José Antonio Flores Vargas

El país completo escuchó ayer con sorpresa la entrevista de Carlos Loret de Mola a Javier Duarte, en la que éste anunció que solicitaría licencia como gobernador de Veracruz. Habló de su hartazgo particular, como única razón para irse. Dijo también que así tendría tiempo para afrontar las acusaciones en su contra.

Argumentó que no podía gobernar, pensando en cómo defenderse. Señaló que hay denuncias contra él y contra funcionarios de su gobierno, quienes tendrían que hacer las aclaraciones debidas ante las autoridades correspondientes.

Anuncios

Aprovechó para decir que Héctor Yunes no había sido su candidato, entre otras persistentes y viejas aclaraciones. Me voy por hartazgo, no por culpas. Soy inocente, dijo categórico, ante la insistencia del entrevistador.

En ese momento y sin decirlo abiertamente, dio el mensaje de que sus colaboradores y ex colaboradores iban a tener que asumir las consecuencias, no él. Los de más abajo son los que pagarán los platos rotos, nadie más.

Y esa tesis es la que señalamos en el editorial CABEZAS DE TURCO Y CHIVOS EXPIATORIOS”, publicado en Palabras Claras, el 29 de julio anterior. Así será, no porque quiera Duarte, sino porque así lo establece la legislación veracruzana relativa al manejo de los recursos públicos.

Unas horas después de esa entrevista, vimos y escuchamos las declaraciones de dos de los principales actores políticos veracruzanos, donde se notó el abuso de la estridencia. Miguel Ángel Yunes Linares reiteró sus acusaciones, y de plano, señaló que le parecía que no querían dejarlo llegar. Para rematar, dijo que tiene los elementos para cimbrar al país el próximo primero de diciembre, y que están bajo siete llaves.

Héctor Yunes, gustoso con la oportunidad de hablar, salió a recordar que él había exigido primero la salida de Duarte desde mucho tiempo antes de la elección. Por desgracia para él, nunca fue escuchado.

Pepe Yunes prefirió guarecerse en el limbo y no convertirse en estatua de sal. Omitió hacer declaraciones. Para qué.

Quedará en duda, si Duarte se va porque se lo pidieron en el Gobierno Federal, o porque siente la lumbre, o por su argumentado hartazgo del día de ayer.

Cabe destacar, como lo declaró el propio MAYL, que a Duarte no se le podrá detener durante estos días porque seguirá siendo gobernador con licencia.

En realidad, tampoco a varios de los que tuvieron rango de secretarios de despacho. Si los llegaran a detener, sería solamente por enriquecimiento inexplicable, después de un arduo trabajo de investigación del SAT. Para ello, habrá que esperar.

Flavino Ríos Alvarado, el gobernador designado, se encargará de encauzar la entrega de la administración saliente y medio arreglar los números difíciles de cuadrar. No esperemos más de él. No hay, ni tiempo, ni recursos.

La lección que deja el día de ayer, es que con lo ocurrido y con lo expresado por los que hablaron, queda un sentimiento de incredulidad, insatisfacción y desasosiego y también, la idea de que sigue faltando un líder.

Pareciera que la idea de justicia y de mejorar las cosas en Veracruz, quedará en un simple ideal. Y es que la forma también es fondo. Algo huele mal en todo esto. Todo indica que la podredumbre está más allá de donde creíamos. Por eso persiste una sensación de orfandad, desesperanza y desasosiego.

Será que estamos solos en el centro de un laberinto. Octavio Paz lo descifró hace casi setenta años.

Publicidad