Las balaceras que se suscitaron en la capital de Sinaloa el jueves 17 de octubre y las consecuencias relacionadas con la fuerza pública y los narcotraficantes enfrentados durante varias horas, lograron mover a la opinión ciudadana como hacía mucho tiempo no ocurría.

La nación venía de noticias esperanzadoras. Ese día por la mañana el presidente de la república había logrado echar a andar las obras del aeropuerto de Santa Lucía, uno de sus proyectos más acariciados que estaba detenido por problemas legales. En el terreno de la lucha anticorrupción, acababa de desactivar a Carlos Romero Deschamps, un multimillonario líder sindical y enquistado dueño de voluntades de trabajadores petroleros.

Días antes la Guardia Nacional había presentado claroscuros respecto a sus “estrategias” y a la coordinación entre sus responsables. Enfrentamientos estruendosos con bajas sensibles en Guerrero y Michoacán habían cuestionado el modelo a cargo de Alfonso Durazo, el secretario de seguridad nacional. El funcionario atajó esa vez las críticas con una complaciente expresión. Estamos en el punto de inflexión, dijo convencido, seguramente pensando en lanzar su figura hacia el infinito político. 

A pesar de esos razonamientos, algunas personalidades continuaron alzando la voz con preocupación. Pero a cada argumento en contra se le sumó el menosprecio discursivo de AMLO y una andanada de réplicas con rostro o sin rostro a través de las famosas redes sociales y a las “encuestas” diarias de mercaderes declarados y embozados. Parecía que todo estaba perfecto.

Y entonces llegaron ellos, los narcotraficantes de Sinaloa, llámense Chapos, Ovidios, o como sea. Al mediodía del jueves hubo indicios de que las fuerzas públicas habían detenido a uno de los hijos de El Chapo. En varios puntos de la ciudad de Culiacán se dieron enfrentamientos y balaceras, con la consiguiente psicosis de la población y la innegable preocupación nacional en pueblos y ciudades. Ya por la noche salieron a informar los cinco altos jefes de la guardia, comandados por Durazo. Y dieron las primeras explicaciones.

Pero dos horas más tarde, comenzaron los rumores de que el ya célebre Ovidio Guzmán había sido liberado “para no ocasionar una matanza”. Después de ello cinco o seis explicaciones. Entre ellas las del propio Andrés Manuel López Obrador, al día siguiente. 

Así llegaron los problemas para el mandatario nacional. Los mexicanos comenzaron a cuestionar todo, y a reírse y burlarse de los operadores, incluido el que vive en el palacio más importante de la Ciudad de México. Al mismo tiempo, otro tanto de personas, seguramente más numeroso, empezó a mover opiniones de periodistas, encuestas y redes sociales para hacer un control de daños. Y a nivel internacional, la quema inmisericorde del honor patrio y de su gobernante.

Qué trajo el jueves 17 de octubre a México, fue la pregunta de ayer domingo. Primero, el descubrimiento de que el punto de inflexión a que se refirió Durazo, no fue más que un vergonzoso punto de genuflexión frente al narco, que dejó arrodillados al ejército, a la marina y a la guardia nacional, y en el fondo del hoyo, al propio Alfonso Durazo y su penosa versión del Principio de Peter. Un hombre a quien tendrán que mandar desde ahora a luchar por una gubernatura, porque la arena no perdona y quiere leones.

Pero lo más importante que trajo ese detestable jueves, es la prueba de que el país se dividió más de lo que ya había logrado López Obrador con su discurso separatista y rompedor de instituciones con su Cuarta Transformación.

Los notorios esfuerzos que hacen la cúpula y la base popular para contrarrestar a las voces críticas y acallar el fracaso rotundo del caso sinaloense, demuestran que el jueves pasado fue el peor día que han tenido Andrés Manuel y sus proyectos para mantener el poder. 

AMLO ganó con treinta millones de personas, repiten sus seguidores. Sí, pero el jueves pasado perdió varios millones de mexicanos que en julio de 2018 pensaron que la suya era una opción viable para México.

Y quizá para estas horas con rumbo a Hermosillo viaja Durazo, queriendo olvidar su debacle, mientras escucha por la radio El sinaloense y sus alegres frases: Por Dios que borracho vengo/ que me sigan los Morales/ que me toquen El Quelite,/ después El niño perdido…¡Ay, mamá, mamá, por Dios.!

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