A menudo los políticos y gobernantes tratan a los electores y a los ciudadanos como si fueran ingenuos. Pareciera que la estupidez es consustancial a la democracia; que por ello esos hombres con poder utilizan argumentos torpes para inundar con palabrería todos los espacios posibles.
Y eso es notorio en lo que sucede en los gobiernos morenistas del ilusorio México de la transformación. Sin importar el grado de sandeces, a muchos ciudadanos les parece un halago lo que el régimen transmite como eslogan que tratan de imponer los políticos guindas: ‘Ya se acabó la corrupción, no somos iguales, no robamos, no traicionamos”. Se empeñan en la promesa de componer los entuertos que dejaron sus adversarios, y con ese consuelo basta, aunque la realidad prueba que hacen cosas tan malas como los de antes, o incluso peores.
Las justificaciones y la simpleza de sus argumentos se han convertido en toda una industria narrativa que sólo llena espacios en los medios estercoleros y en teledirigidos grupos de internet masivos -controlados, arrastrados o vendidos- que rematan su ciega misión haciendo virales las falsedades.
Pero hay cosas que no se pueden ocultar. Cuando las amas de casa salen a hacer la compra básica, comprueban que los precios de los productos ya no son los mismos a los de la semana anterior, ni qué decir de los meses o años atrás. En el mundo de la despensa y de la comida familiar no pasan las mentiras, justificaciones o gansadas que los gobernantes dicen a la primera oportunidad. Y los aumentos a los servicios a las viviendas (luz, agua, gas, teléfono, internet) siguen su alza incontrolable.
El optimismo de los políticos se derrumba frente a la cruda realidad que enfrentan día con día señoras y señores en casa. Ellas o ellos no necesitan consultar las encuestas amañadas, los indicadores oficiales que promedian la inflación, la devaluación o el índice de precios del consumidor. Su panorama no depende de saber si las cosas van bien o medio bien, sólo saben que al mal tiempo hay que ponerle buena cara y atender bien a los hijos.
La infinitud de opiniones revela que estos temas sensibles no se pueden polarizar o aplicarles paliativos populistas ya que no se resuelve nada, por el contrario, la situación se agrava. La verdad se presenta diáfana a la hora de pagar las cuentas. Y muchas veces al día se pagan cuentas o se hacen compras y cuando las personas sacan su cartera para pagar, se encuentran con la cruda realidad de los altos precios. Las mentiras oficiales caen como papeles sucios y malolientes en el WC.
Así que cuando el gobierno federal o los seguidores obradoristas celebran que el tipo de cambio promedio del dólar se encuentra por encima o abajo de los 18 pesos, y que en gobiernos anteriores superó los 22 pesos, olvidan estos aplausofácil que el kilo de huevo -un alimento imprescindible en el consumo de la población mexicana- ronda este año en 60 pesos o más, y que la inflación general anual se colocó en 7.94 por ciento, de acuerdo con el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) en enero de 2023.
Así se respira en México. Las trampas del régimen actual están puestas para fijar con celeridad una ya cansina conspiración ominosa. Por eso, Churchill decía que “la mentira es capaz de darle la vuelta al mundo antes de que la verdad se ponga los pantalones”.
El engaño del ¡Súper peso mexicano! y su estupidez apta para iletrados, tiene toda una industria a su servicio. La verdad: ¡Qué huevos!