José Antonio Flores Vargas

En el Protágoras, uno de los famosos Diálogos de Platón, el filósofo helénico narra las peripecias de los dioses de la mitología griega en los tiempos en que aparecieron las especies sobre el planeta. Cuando vio al hombre tan vulnerable a causa de sus carencias, Prometeo robó a Atenea y a Hefesto la técnica y el fuego y se los dio a los mortales para que pudieran vivir en la Tierra.

En esas condiciones, el hombre a duras penas conseguía subsistir porque, al carecer del arte de la convivencia, continuaban indefensos a causa de la dispersión y de las peleas internas cuando intentaban agruparse. De acuerdo con el psicólogo español Manuel Villegas, éste fue el error de Prometeo: olvidar que el ser humano no se regula de forma espontánea, sino que precisa de la conciencia moral, del sentido del pudor y de la justicia.

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Y el tema viene a colación, en estas épocas en que a lo largo y ancho del país, en el centro y en las periferias, aparecen día a día ejemplos de la ausencia de valores morales en gobernantes, legisladores, funcionarios, dirigentes de partidos y sindicatos, así como también en importantes actores de la sociedad, en las distintas áreas de la vida nacional.

Sin ánimo de cansar a los lectores, ni de recordar la triste situación nacional en el tema de la impunidad y la opacidad, es necesario que como mexicanos no olvidemos los casos HIGA, OHL, Casa Blanca, ni mucho menos los actuales casos de corrupción desmedida en los gobiernos estatales de Chihuahua, Quintana Roo y Veracruz, principalmente.

A este respecto, esta misma semana el Presidente de la República pudo por fin dar cumplimiento a uno de sus compromisos contraídos al inicio de su gestión, ofrecido incluso desde su campaña: la promulgación de las leyes que conforman el Sistema Nacional Anticorrupción.

De ahí en adelante, habrá de armonizarse en los estados el modelo nacional anticorrupción, impuesto por el Ejecutivo Federal, aunque algunos sectores de la sociedad digan que se aprobó en una versión descafeinada y de menores alcances que lo deseado por la gente común y corriente.

Sin embargo, aunque en el Sistema se habla insistentemente de leyes, códigos, organismos autónomos, fiscales certificados, así como de interesantes mecanismos punitivos y de contención, en este esfuerzo legal, poco se dice acerca de acciones formativas en el seno familiar, de cambios en los planes de estudio en las escuelas que fomenten el civismo, la ética y la moral, y en general de políticas, instrumentos o herramientas que impulsen el mejor desarrollo moral de los mexicanos.

La corrupción no podrá ser vencida con fórmulas diseñadas de arriba abajo, ni con calculadas expresiones de perdón mediático. Hace falta más que eso, porque no es un asunto menor. O quizá como en aquellos tiempos, hace falta que llegue un Hermes reforzado, que distribuya en la sociedad y en sus dirigentes una dosis mayor de sentido moral y de justicia.

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