Hay que ponerle seriedad al asunto nacional. Alguien debiera estar consciente de que una cosa es la curva y otra bien diferente es la turba. Las curvas suelen verse distintas, dependiendo siempre de la visión y ubicación del que las mira. Y el manejo inadecuado de las curvas y de las turbas, conduce, de modo indefectible, al fracaso, a la ruina y a la destrucción. 

La turba -de acuerdo con el diccionario- suele tener dos significados, que en lo político pueden unirse en el tiempo, en una especie de justicia poética. El primer significado, relacionado con los fósiles, tiene que ver con la mezcla de materia muerta, principalmente de origen vegetal, ácida y en descomposición, que se forma en zonas pantanosas.

El segundo significado es el que tiene que ver con la muchedumbre inconsciente, descontrolada, con aquella masa humana sin forma, a la que en muchas ocasiones tripulan personajes o personalidades egocéntricas que no pueden controlarse o regularse a sí mismos.

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Los psicoanalistas han explicado las diferencias entre el ego y el superego. Los problemas y defensas de la personalidad. Una cosa es el ego y otra es la egolatría, que mueve a la gente a pensar y creer en ídolos falsos y por lo mismo frágiles y temporales. 

Y en estos tiempos de la epidemia de la Covid-19, cuando en el mundo se han contagiado más de cuatro millones de personas y han muerto más de 300 mil; y cuando en México ya superamos los seis mil fallecimientos y se insiste en que el gobierno ya domó el coronavirus y en que se aplana la curva de decesos, es necesario hacer una serie de reflexiones que pudieran modificar hasta la médula y de manera peligrosa las condiciones políticas y socioeconómicas del país.

No se ha aplanado ninguna curva, es la triste realidad. Y por sonoridad similar, se piensa en la turba, en esa masa informe, en ese grupo mal calificado por el de la visión principal que, para aplanarse o ser aplanada, como pretende el mandatario mexicano, tendría que estar físicamente en posición horizontal. Y eso solo significa tener a gente acostada displicentemente, gente dormida, o lo peor, gente en condición de cadáver. Gente que a alguien le vendría como anillo al dedo. ¿Como la que quiere López Obrador?

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Pero la turba tiene sus clases: turba de productores, turba de empresarios, turba de mujeres violentadas, turba de intelectuales, turba de periodistas, turba de fifis, de reaccionarios o de enemigos de la patria, que aún no están aplanados y convencidos. La turba de los que no se duermen con palabras vacías, confusas e inciertas. En conjunto y sumando su malestar y sus anticuerpos, podrían convertirse en una enorme epidemia de inconformes irredentos.

La turba es una masa muy peligrosa cuando no respeta el liderazgo o cuando no se le sabe conducir. Cuando es mal dirigida, suele olvidar cualquier tipo de control. Aunque es cierto un posible destino. Se le puede conducir a lugares desde donde no hay regreso, o si lo hay, es a un costo demasiado alto y con golpes muchas veces mortales. 

Y hay de golpes a golpes. El golpe traidor fue una exitosa canción ranchera de los setentas. También hay agobiantes golpes de calor causados por el cambiante clima. O duros golpes a la economía, como el que ya estamos sufriendo a causa del coronavirus. 

“¡Golpe avisa!”, es la impersonal voz de alerta que origina el instante de lucidez que indica que puedes recibir un trancazo o un daño. O también en lo político, cuando en el ambiente se huele un golpe de estado que indica la segura supresión de derechos civiles. 

La desinformación, el desconcierto, la desconfianza y el desencanto social son crecientes y aumentan la polarización sembrada y promovida en palacio nacional. Y todavía no ha surgido una voz mesurada y sensata que lleve al orden.

Por eso: “No pienses en lo que va a venir. Ponle atención a lo que ya llegó.”

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