En el curso de la historia existieron imperios que dejaron honda huella en la humanidad. El imperio chino, el egipcio, el romano, y otros menos influyentes, mostraron diferentes estilos, ideologías e impactos en la población. 

A mediados del siglo XX, el naciente y ambicioso imperio nazi fue aniquilado por un grupo de países aliados que acabaron con las locuras del dictador Hitler. Después de ese fallido intento de control mundial, se ha escrito mucho—y a veces con disgusto—sobre el poderoso imperialismo norteamericano, aún vigente. 

En la América precolombina también hubo civilizaciones que se adueñaron de amplias porciones del territorio y que dejaron su marca en la cultura continental: los aztecas, los mayas y los incas, fueron imperios que dejaron un extraordinario legado arqueológico y mostraron adelantadas habilidades para las ciencias y las artes de su tiempo.

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En épocas recientes recordamos la efímera etapa imperial de Maximiliano en México. En la zona del Caribe, las décadas de poder y apoyo social al cubano Fidel Castro. Más actuales han sido la incuestionable fuerza de la alemana Ángela Merkel. También tenemos que reconocer a liderazgos fuertes y también cuestionados de personalidades como Donald Trump y su inquietante muro antimexicano, o el de la laborista Theresa May con su trastabillante Brexit británico.

Pero en el México de la cuarta transformación, medio país piensa en dictaduras y en formas imperiales que se muestran para gobernar.  La nación vive polarizada moviéndose entre los dichos madrugadores del presidente López Obrador. Pero aparte de ello, la gente pensante cuestiona dos ideas centrales: primera: es muy bueno recibir pensiones universales y dar becas a jóvenes para cualquiera de sus situaciones: por estudiar o por no haber encontrado empleo y entrar a capacitación laboral. Segunda idea: no es bueno dedicar los recursos públicos a subsidiar a la población, porque la gente que requiere subsidio siempre aumenta y los recursos públicos tienden a disminuir por insuficiencias productivas y de recaudación de impuestos. Los dineros nacionales no surgen por generación espontánea.

Ese es el quid que está dividiendo a los mexicanos. Y esta idea se incrementa cuando muchos de los actores políticos que aparecen en la denominada 4T, están demostrando una total impericia para trabajar con decoro y con efectividad en los cargos que generosamente les da el presidente. A 100 días de haber iniciado en sus cargos, la sociedad pide que ya se vayan algunos ineptos, insensibles o totalmente desenfocados.

Y ese problema que se ve en el gabinete federal, se repite en varios estados con gobierno morenista. En Veracruz, no hay día en que no surjan rumores y murmuraciones de que Cuitláhuac se irá por malos resultados. 

Pero no debemos olvidar que el asunto se resuelve de una manera más sencilla. Dado que el pueblo sabio votó únicamente por Cuitláhuac y no por sus colaboradores, solo bastaría que el ejecutivo estatal mandara de regreso a su casa a los incompetentes y llamara a otros bateadores a salvar el partido. Y en el caso de alcaldes como el de Xalapa, Poza Rica y Coatzacoalcos, llamarlos a cuentas para que se dejen de cuentos y, en su defecto, orientarlos para que mejor renuncien por causas de fuerza mayor.

Ayer surgió una fuerte acusación en torno a los CAPASITS que atienden a las personas con VIH/SIDA en el sector Salud. Alertan que están designando a personal médico que carece del perfil para atender a esos enfermos y a ese tipo de problemática. Mucha impericia existe en el sector salud veracruzano. Alguien debe poner orden.

Pero ese es solo un caso en una dependencia, bien se podrían enlistar los que acontecen en otras secretarías y que no son entendidos o resueltos.  

A Cuitláhuac García Jiménez hay que pedirle que no triunfe en Veracruz el imperio de la impericia.

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