La lucha entre los lopezobradoristas y la disminuida oposición en México, hace recordar las brechas irreconciliables que surgieron durante la Revolución Mexicana entre el movimiento agrario de Pancho Villa y Emiliano Zapata y la tendencia moderada legalista que encarnaba Venustiano Carranza, con el apoyo de Álvaro Obregón.

Y la comparación va en el sentido de que, en estos casos, el autoritarismo ha prevalecido como régimen autocrático, es decir, el poder se ha concentrado en una sola persona. Pero no sólo se obedece a lo que determine un bando, sino que las actitudes autoritarias están apareciendo desde lugares muy diferentes, como en las redes sociales, que están empeñados en devaluar la libertad y la responsabilidad, forzando un evidente ‘autoritarismo democrático´. Y al mismo tiempo, un medroso “agachismo” ante la enjundia rollera de la 4T.

Y se afirma lo anterior porque en las recientes giras del presidente López Obrador por Veracruz, de modo sistemático se ha difundido con desesperación una ola de mensajes que dicen que el tabasqueño es un veracruzano de cepa y que tiene un amor especial por estas tierras. Cientos de bienvenidas melosas para elevar el ego del ejecutivo federal, ¿o como parte de una estrategia bien estructurada para necesidades futuras?

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Lo anterior hace pensar que los repetitivos mensajes de bienvenida para el presidente, o el “supuesto” cariño a los jarochos, no es por los origenes sanguíneos de la familia López Obrador, más bien serían por el rico padrón electoral del estado -importante para la sucesión del 2024- y por encubrir el deficiente gobierno cuitlahuista. Y aquí es donde la historia puede repetirse como en los tiempos carrancistas.

Quizá en el último año en los gobiernos de López Obrador y García Jiménez, el presidente de México tuviera deseos de establecer algún tipo de residencia temporal y de fines de semana en el Puerto de Veracruz, bajo la argucia de una enfermedad, un recomendado descanso mental, o para, de una vez por todas, ampliar la interminable campaña proselitista que han emprendido los gobiernos morenistas desde el primero de diciembre de 2018. Esto requeriría algún decreto que estableciera horarios de trabajo flexibles para permitir a los funcionarios públicos hacer campaña sin problema alguno. Y al estilo de los regímenes pasados, estos transformadores saben cómo hacerlo.

En la lucha por el país y su hacienda, no importa el descontento, la sensación de desorden, la manipulación, el abuso de poder, la inseguridad o el caos. Lo importante es mantener el poder a costa de lo que sea. Yunes Linares lo intentó en el pasado reciente al querer heredar el trono a su hijo Miguel Ángel Yunes Márquez, el que, en su fallida campaña, menospreciaba a García Jiménez, cuando gritaba que él no competía contra Cuitláhuác, sino contra AMLO. Historia que podría repetirse, si Andrés Manuel decide venir cada ocho o quince días a hacer proselitismo en Veracruz (“supervisando” obras y programas) para así asegurar el triunfo al sucesor de su cuadra.

Los lopezobradoristas han demostrado que al violar las disposiciones electorales o desafiar a los arbitros en las elecciones, ellos mandan y no pasa nada. Las convenciones morenistas del fin de semana, en Coatzacoalcos y en el Estado de México, confirmaron que “los tiempos del Señor son perfectos”, tan perfectos como los dedazos del autoritarismo mexicano del siglo XX. No hubo ningún cambio, tampoco ninguna transformación.

Los partidos políticos quedaron pasmados con los destapes presidenciales, solo reeditan los mensajes y cocteles de hace cuatro años. Y creen que con tuits o reuniones autocomplacientes construirán una alianza opositora. Dante, por su parte sigue deshojando la interminable margarita.

Sin pluralismo y con alianzas ineficaces, los partidos políticos opositores están encaminados a la derrota en el 2024. Y si hay un interesado dispuesto a luchar, este debe alzar la mano y hacer oír su voz desde ahora. Porque los lopezobradoristas y los morenistas han descubierto que quebrantar al Estado de Derecho y a las instituciones que estorben a su ‘proyecto de nación’, es simple tarea de niños en el eterno México de los agachados.

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