Desde el punto de vista histórico y cultural muy pocos podrán negar que el centro histórico del municipio de Veracruz es el más importante del estado, si se considera que la ciudad está cumpliendo 500 años de existencia. Ahí hay decenas de edificaciones con valor arquitectónico, histórico y artístico.

Pero a diferencia de otros países del mundo que han dado relevancia a esos sitios que suelen sobrevivir al paso de los siglos, en México nadie -ni las instituciones de gobierno ni las sociedades empresariales- ha manifestado un verdadero interés en reconstruirlo y revitalizarlo a cabalidad como un polo que atraiga inversiones, arte, turismo, empleo e integración social.

El tema sale a relucir con motivo de las aseveraciones del presidente de la república respecto a una torre de varios pisos que se construye en la zona del malecón y del faro Venustiano Carranza.

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En una visita reciente del mandatario nacional, este descubrió la enorme construcción en proceso y de inmediato manifestó su oposición a la obra. Y en cascada surgieron expresiones e intenciones de algún funcionario del INAH y del gobernador Cuitláhuac García. 

Pero estas preocupaciones extemporáneas y coyunturales aparecieron cuando la edificación ya está levantada en obra negra. La pregunta es por qué esas mismas autoridades no detuvieron los trabajos a tiempo y dejaron que se invirtieran cientos de millones de pesos. Ahora, en todo absurdo que permite la lengua, hasta se habla de “rebanar” parte de lo construido.

Una pregunta que surge en estos tiempos de democracia discursiva es porqué el jefe de gobierno no propone alguna de sus famosas consultas para tomar la mejor decisión, apegándose a lo que la propia ciudadanía porteña opine. Y que también opinen los inversionistas, los cientos de trabajadores que están perdiendo empleos o los proveedores que están sufriendo por la posible cancelación de los pedidos.

La realidad es que el centro histórico está plagado de edificios coloniales y hasta de la época porfirista que se están cayendo por falta de mantenimiento, por cierto, todos ellos protegidos por el INAH, inmuebles abandonados que en diversas ocasiones han causado accidentes o tragedias por su derrumbe.

Un centro histórico que debiera ser parte de algún programa integral de remozamiento enfocado a la revitalización de todos esos espacios para fomento a la cultura, el turismo, a los negocios y al empleo de miles de jarochos que no encuentran opciones.

Al conocer el descuido oficial, muchos de los visitantes nacionales e internacionales que llegan a Boca del Río y la Riviera Veracruzana repudian al centro histórico de la ciudad de Veracruz, por la suciedad, la inseguridad y el desinterés en que lo tienen las autoridades federales, estatales y municipales. 

Y ya que AMLO puso el ojo en el municipio, sería bueno que, recordando su iniciativa exitosa en el centro histórico de la Ciudad de México cuando fue jefe del entonces Distrito Federal, convocara a los tres órdenes de gobierno y a Carlos Slim (su admirado empresario desde ese tiempo) y a los inversionistas veracruzanos para reactivarlo y modernizarlo conservando la esencia, la arquitectura y los valores históricos, al estilo de las concurridas ciudades del planeta que presumen y capitalizan sus restaurados centros históricos.

En el año 2003 el gobernador Miguel Alemán Velasco pudo conciliar intereses de todas las partes involucradas para rescatar el Hotel Diligencias del zócalo porteño en favor de la belleza del sitio, de la historia local, del turismo, del empleo y del desarrollo económico. 

Construir y transformar es lo que hace falta en México; obstaculizar y destruir es lo más fácil y cercano a la mediocridad y al atraso.

Pero en este, como en otros casos transformadores, el precipitado juicio popular, alimentado con alarmante frecuencia de prejuicios, hipocresías morales y odio colectivo son reflejo de que no se serenan las vísceras.

¿Es esto perversidad política o una nueva forma de ahuyentar a los inversionistas?

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