José Antonio Flores Vargas

Hace tres años, cuando se supo que en Veracruz se preparaba una reforma constitucional para emparejar la elección a gobernador con la presidencial, no fueron pocos aquellos que pensaron que la elección que venía, iba a ser muy complicada para el Partido Revolucionario Institucional. Intercalar un periodo de sólo dos años, desmerecía el interés de la población y de los principales aspirantes.

Desde entonces, la gente sentía que el régimen de Duarte no tendría la credibilidad ni la fuerza para respaldar a su candidato para sucederlo, ya que iba a tener que cargar con la deuda del gobierno, la ineptitud y la corrupción de sus funcionarios.

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Lo primero que se observó, fue la decisión de establecer un acuerdo entre los dos prospectos principales, para determinar quién de ellos iba primero como candidato para la elección de 2016, para gobernar los dos años intermedios, y quién jugaría en la elección de 2018, para la gubernatura de seis años.

Quizá esa circunstancia fue la que finalmente posibilitó que Héctor Yunes resultara candidato para el periodo de dos años. Quizá también, ese hecho dividió al priismo, en lugar de unificarlo.

Lo siguiente que se vio, fue la designación del dirigente del PRI, que cayó en un acartonado político de una sola vía, que al final no aportó nada, como se sabía de antemano.

Cuando en la tarde del 5 de junio pasado, todo mundo se enteraba de la derrota del PRI y del triunfo de Yunes Linares, de inmediato surgieron causas. Héctor Yunes deslizó la queja de que Pepe Yunes y sus allegados, no movieron un dedo por él.

Los priistas que conocen a ambos políticos, tienen sus propias opiniones. La simulación, es una de las características que el mismo Héctor ha practicado en varias elecciones, cuando los candidatos no han sido de su gusto o de su grupo. Y cuando los militantes opinan sobre su equipo, coinciden en señalar que la mayor parte de ellos padecen de flojera y de soberbia, y que por lo mismo, poco le abonan a su líder. Héctor es proclive a la autocomplacencia. Su Alianza Generacional, es ejemplo de ello. No oye consejos y nunca se equivoca.

En el caso de Pepe, ha mostrado inconsistencia, ya que en varias ocasiones la campaña la ha realizado desde la comodidad de su oficina, o cuando mucho, en reuniones de café.

En este momento, es necesario que Héctor se retire dignamente y busque algún puesto en el gobierno federal. Él ya perdió, y debe dejar el campo libre a Pepe. Pero no sólo eso se requiere. Antes que otra cosa, José Francisco Yunes Zorrilla debe sacudirse al numeroso grupo de cartuchos quemados que carga, ya que así no se constituye un arsenal, como el que va a necesitar.

Las señales en el PRI nacional y en el gobierno federal lo favorecen y tiene mejor imagen que Héctor. Tiene todas las condiciones para ser el candidato en 2018. Pero debe empezar a buscar la gubernatura en serio, sin contemplaciones. Lo primero, colocar en el partido a un verdadero dirigente, comprometido con él, y que unifique a los militantes. Lo segundo, cambiar el discurso, hablando con voz firme y fuerte. Lo tercero, dejar de promoverse como un caballero de fina estampa y armarse para luchar contra el creciente panismo. Convertirse en el gallo del PRI, utilizando buenas navajas.

Pero lo que más se necesita, es que salga el mejor Pepe, no el que hemos visto. Los priistas veracruzanos necesitan a un Pepe aguerrido con verdaderas ganas de ser gobernador. Con ese, es posible que ganen la elección de 2018.

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