La democracia imperfecta que hemos vivido en México durante toda su historia constitucionalista, y especialmente después de la Revolución, hace más de una centuria, ha dejado muchas muestras del ejercicio excesivo de los poderes gubernamentales.

En esos años hemos tenido infinidad de muestras de ese poder omnipotente. Hay vastos ejemplos. Un importante número de asesinatos y desapariciones de candidatos a la presidencia de la república y a los gobiernos estatales y municipales; de líderes políticos, estudiantes y ciudadanos que han estorbado al sistema; de periodistas y personas valerosas que han difundido cosas que debieron callar; y hasta de guerras del ejército contra la delincuencia organizada, iniciadas simplemente con la palabra inequívoca del mandatario nacional.

Esos han sido algunos de los casos extremos. Pero también hemos tenido multitud de asuntos de mayor o menor importancia, donde las autoridades y los funcionarios de los tres órdenes de gobierno han tomado decisiones equivocadas que afectan a los gobernados. Hasta este momento, la población mexicana de todas las clases sociales no ha podido contrarrestar ni hacer un equilibrio de fuerzas con los grupos dominantes.

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El exceso de poder y el estilo autoritario de los políticos que gobiernan, provenientes de todos los partidos que han ganado elecciones, ha dejado ejemplos lamentables a lo largo y ancho del país. Particularmente en estos años del siglo XXI, a contracorriente de los logros obtenidos en las ciencias, en las tecnologías, en la producción, en el arte, en los modos de comunicación y en todas las áreas de la vida pública internacional.

En México, con todo y la Reforma Democrática, no hemos logrado avances en la política y en la democracia, que redunden en un gobierno más preparado, que mejore las condiciones de vida de los mexicanos.

La pobreza es la misma desde hace cerca de cuarenta años. Mediciones van y vienen, mientras el rezago y la marginación persisten como graves tumores nacionales.

Tanto Felipe Calderón como ahora Peña Nieto, mostraron afanes de autoritarismo, sumamente criticados, pero que al final nos pasaron factura a todos los mexicanos. Una guerra contra el narcotráfico, en donde todos ganan, menos la población que ha sufrido la muerte o desaparición de cientos de miles de personas en estos años.

Por otra parte, los partidos políticos que los encumbraron, no han hecho nada por acabar con la impunidad, otro cáncer maligno que aumenta la corrupción y que genera pobreza para las mayorías y riqueza a unos cuantos.

A eso se debe la inconformidad social contra los gobernantes y partidos políticos que los llevaron al poder. Por eso, la esperanza de que el que llegue a Palacio Nacional en 2018, sea alguien distinto. A eso se debe la abrumadora esperanza de que MORENA pueda cambiar las cosas.

Sin embargo, persisten las dudas en Andrés Manuel López Obrador. Un político también forjado en el autoritarismo, en el mesianismo y en el egocentrismo. Un hombre que incluso, en éste, su tercer intento para gobernar el país, ya impone actos de fe, redimiendo a diestra y siniestra a los corruptos que se acercan a su manto protector.

Pero hasta ahora, la gente de a pie lo perdona y no ve sus defectos. Y lo perdona, porque del lado de enfrente están viendo lo mismo, y además, con los efectos perniciosos que están causando al país y a la sociedad.

En Veracruz, el autoritarismo siempre ha existido. En los tiempos recientes, lleva lo que lleva el siglo. Basta tomar un papel y un lápiz para empezar a enlistar los numerosos casos. Y los resultados, ya se vieron con los últimos gobiernos priistas. Como ya se ven también con el gobierno yunista, empecinado en ir por camino diferente al que sigue el pueblo.

Por eso, los veracruzanos ven cosas mejores en el partido que quiere crecer en Veracruz, con miras a la elección presidencial del año próximo. Los expertos en estudios demoscópicos dicen que MORENA va adelante en la intención del voto para las elecciones municipales del 4 de junio. En la calle, la gente informa lo mismo, y lo expresa con entusiasmo.

Pero hay una realidad inobjetable. Que gane el candidato o partido que haga mejor campaña, no significa que hará un mejor gobierno. Son los ciudadanos de todos los sectores, los que podrán transformar a los municipios, al estado y al país. Nadie más.

En lo nacional, ellos saben quién es López Obrador. Y debemos aceptar que tienen derecho a una esperanza; que tienen derecho a equivocarse. Es mejor intentarlo. Lo que hay ahora no sirve a nadie.

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