Cuando entró en funciones la actual Legislatura de Veracruz, dos escenarios llamaron la atención. El primero, que los 50 diputados que la conforman, pasarían a la historia por tomar protesta a Rocío Nahle García, la naciente gobernadora de la entidad, y, el segundo, por la aplastante mayoría y sobre representación de los diputados de Morena y sus partidos satélites.
En esto último, previo a conocer quién ocuparía la Junta de Coordinación Política (JUCOPO), se difundió profusamente que el diputado Diego Castañeda, uno de los supuestos “hombres de confianza” de la señora gobernadora, sería el encargado de esa alta responsabilidad. Pero esa posibilidad se vino abajo debido al nulo talento político del neomorenista, además del pesado lastre de su presunta ambición mercantil.
En tanto eso transcurría, el diputado Esteban Bautista Hernández zorrunamente logró convencer a la gobernadora de que él garantizaría la unidad y el equilibrio entre los legisladores morenistas y la mermada oposición.
Lamentablemente y contrario a lo que el diputado morenista ofreció, para la gobernabilidad en el poder legislativo, como auténtico chivo en cristalería, Bautista Hernández comenzó a hacer señalamientos de corrupción, nepotismo y dispendio, sin pruebas fehacientes, en contra de Juan Javier Gómez Cazarín, otro impresentable morenista y expresidente de la JUCOPO, audaz aventurero y hoy impoluto delegado del Bienestar en Veracruz.
Las actitudes y aptitudes del diputado Bautista quedaron al descubierto semanas después de ocupar la Junta de Coordinación, al grado de que la mandataria estatal intervino para calmar las aguas entre el ansioso legislador y Cazarín. Sin embargo, el actual presidente de la JUCOPO se dedicó a nombrar en puestos claves a familiares, amigos e incondicionales de otros diputados, para utilizarlos como comparsas y disponer a su antojo del presupuesto del Congreso.
En el Poder Legislativo del estado no ha habido austeridad ni ejemplaridad en ningún sentido. Los problemas de fondo no se han logrado resolver y unos pocos individuos, separados del resto y aprovechando incentivos incorrectos, toman decisiones relevantes que afectan gravemente al conjunto de sus compañeros diputados y de la sociedad.
En este Poder se comprueba que Veracruz tiene a los políticos que merece. El diputado Esteban Bautista, así como muchos de sus compañeros legisladores, son el espejo de la falacia y de la falencia: seguirán sin corregirse, como los neoliberales y los actores del pasado, sin rendir cuentas y sin cambiar nada.
En el Congreso seguirá la misma corrupción, en el “mejor” de los casos, y eso que aún no detonan los inmensos negocios que vendrán con la entrega recepción en los 212 ayuntamientos de Veracruz. En este aspecto se sabe que ya afinan a los despachos contables espléndidos y dóciles en complicidad con el Órgano de Fiscalización Superior del Estado (ORFIS).
Y quizá no llegué a ser un grave problema de corrupción lo que arriba tomen en cuenta, sino un corriente tema de privilegios centaveros, lo que tanto reprimían los ahora flamantes diputados morenistas, encabezados por el señor Bautista.
El modus operandi del revelador cacique sureño vivirá políticamente, cuando quedé en evidencia su perentorio “Amor por Veracruz” que por ahora cubren o esconden algunos cuantos delincuentes aislados, pero con una estructura entera organizada para medrar.
La degeneración institucional que se vive en el Congreso de Veracruz no es falsa, sólo es profundamente deshonesta. Aunque los sesudos asesores y aplaudidores de Esteban Bautista le dirán: “a las palabras se las lleva el viento”, pero ojo, porque con estos políticos olor a cobre, el viento sopla de continuo.
En los meses por venir podría observarse un peligroso socavón en el congreso veracruzano, más grande que el que dejó ahí Cuitláhuac García y sus 400 ladrones del atanasiato. ¿Pero, usted cree que esta debacle ocurrirá por nahlencia, por falencia o por indolencia?










