La humanidad de estos tiempos parece estar unida por la violencia, el temor y la ira, olvidando los valores de la justicia, la dignidad, el amor, la paz y la solidaridad. El escritor y poeta argentino Jorge Luis Borges se percató de ello en 1963 y lo plasmó en un poema dedicado a la ciudad de Buenos Aires. “No nos une el amor, sino el espanto”, dijo en uno de sus versos.

Y es que no podemos echarle la culpa de nuestros males al que desde este día será el presidente de Estados Unidos, el país más poderoso del planeta. Cuando menos en México, no puede ser así.

En nuestro país, llevamos varios lustros de alta violencia a causa de la delincuencia organizada. Acabamos con la riqueza petrolera debido a que permitimos que gobernantes corruptos se robaran los presupuestos públicos. Apostamos al libre comercio, descuidando actividades productivas del sector primario y los cultivos básicos alimentarios. Aceptamos miles de productos de mala calidad y comida chatarra de origen chino y de muchas otras latitudes, incluso de Norteamérica. Aplaudimos los avances tecnológicos e informáticos de la globalización y los males generados por el descontrolado caudal de información nociva para nuestros jóvenes.

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Cuando aparece Donald Trump en el escenario mundial, junto con su catarata de amenazas y despropósitos, empezamos a balbucear nerviosos. Y temblamos porque somos un país asustado. Desde el día que a alguien se le ocurrió darle recibimiento de jefe de estado en México el 31 de agosto pasado, el espanto nos atosiga y nos oculta nuestras potencialidades. Nos aterramos como si Trump fuera el dios de los mares, capaz de unir los dos océanos y hundir a nuestro país en las aguas profundas.

Pero, qué ha sucedido en menos de cinco meses en México a causa de “las amenazas trumpianas”, como han asegurado algunos. El dólar subió de 18.95 a más de 22 pesos; las gasolinas, un 20 por ciento; se agotó el petróleo del pozo Cantarell y Peña Nieto descubrió que él y sus tres o cuatro antecesores, mataron la gallina de los huevos de oro; la gente saqueó los supermercados y tiendas de varias ciudades a principio de año; las balaceras y asesinatos empezaron a matar turistas en Cancún, nuestro emporio turístico, como lo viene haciendo desde meses antes en Acapulco, Puerto Vallarta y otras ciudades.

En lo político, dos ex gobernadores fueron denunciados por desaparecer “ellos solitos”, algunos huevos de oro y miles de millones de barriles de petróleo de esa gallina peñista. El político panista, ya a buen recaudo en una cárcel; el priista Javier Duarte, libre y recorriendo el mundo de la fantasía de dos fiscales, el federal y el de Veracruz.

Y para acabar de embarrar nuestra límpida cara, un niño de secundaria, quizá ofendido por todos nosotros, por sus padres, o por Trump, llega a su escuela de Monterrey, a tirar balazos a su maestra, a sus compañeros y a su propia cabeza. Atroz noticia, viralizada al instante por las modernas e igualitarias redes sociales. La moral, la piedad, la prudencia y la solidaridad, echadas a la basura junto con nuestro espanto.

Porque, señoras y señores, de qué sirve el espanto, si no hacemos nada ni por nosotros mismos en nuestra propia casa.

El día de hoy, Donald Trump asume la presidencia de Estados Unidos. Quizá logre construir el muro que quiere hacer en su país. Tal vez pueda regresar a todas las empresas que han hecho dinero en otros países. En su casa puede hacer lo que quiera, y por ello tendrá que asumir sus propias consecuencias.

Su afán proteccionista no es nuevo. Ahí tenemos el Brexit británico o el conservadurismo político y comercial de otros países. La vuelta al nacionalismo y el desdén a lo foráneo, al estado de bienestar y a los derechos humanos.

Pero no debemos caer en la tentación de culpar a Trump de lo malo que hacemos aquí y de nuestras cosas detestables. Los mexicanos estamos obligados a reencontrar la habilidad de descubrir las malas acciones de los ciudadanos, de los políticos, de los empresarios y de los gobernantes, y también de las palabras falsas de los mexicanos traidores. Y tenemos que trabajar con mayor ahínco.

México llegará hasta donde los mexicanos decidan. Siempre y cuando el espanto no nos una para hundirnos más, aún teniendo a una gallina en la presidencia.

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