José Antonio Flores Vargas

En el año 2003, cuando Fidel Herrera Beltrán buscaba la candidatura al gobierno de Veracruz, aparecieron con él cuatro muchachos, que junto al entonces senador, hicieron planes para gobernar el estado por treinta años.

En esos tiempos, los que hacían labores de apoyo eran Javier Duarte y Erick Lagos. Javier, se veía siempre solitario, a diez metros del senador, mientras que Erick la hacía de secretario y atendía a la gente que se sumaba al proyecto.

Llegó la campaña y Duarte se encargó de administrar los recursos. Un día, su jefe le encargó negociar la reducción del costo publicitario con un medio informativo. Su director lo despachó con estas palabras: “Dile a Fidel que si no le alcanza para la campaña, yo tengo unos ahorros que le puedo prestar”. Ingenuidad pura y dura frente a un hombre de vida.

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Después vino el triunfo electoral, la ratificación del Tribunal y la toma de posesión en diciembre de 2004. En el sexenio de Fidel, Javier fue Subsecretario, Secretario de Finanzas y Planeación y Diputado Federal. A Erick, y a Jorge Carvallo y Alberto Silva, que llegaron después, les dio varios cargos importantes, aunque a Javier Duarte, con su absoluta y ciega lealtad, fue a quien encauzó a la candidatura a gobernador.

En esta decisión mucho tuvo que ver la esposa de Fidel. Rosa Borunda de Herrera se hacía acompañar en el DIF por la doctora Karime Macías Tubilla, la esposa de Javier. Aprovechando que había un presidente panista, la decisión sucesoria la manejó Fidel, de manera soberana y patrimonialista.

Ante la indecisión y pasmo de Duarte, Karime se tuvo que convertir en motor, pivote y consejera de su marido, quien en la intimidad, renegaba de su calidad de candidato. Es mucha responsabilidad, le decía a su cónyuge, que sabía bien lo que tenía en sus manos.

Cuando al fin llega Javier Duarte a la gubernatura en diciembre de 2010, sus tres compañeros de cuarto, fueron designados en las más importantes posiciones. También, varios de los colaboradores que tuvo en la Secretaría de Finanzas. Ascendió a Gabriel Deantes, un comerciante de Tampico y primo de Alberto Silva. Igual sucedió con Arturo Bermúdez, a quien conoció ahí en la Subsecretaría, ya que había hecho labores de inteligencia y asesoría para Sergio Maya Alemán, anterior subsecretario en el gobierno de Miguel Alemán. También a Juan Manuel del Castillo, un amigo de la infancia, un muchacho acomedido, sin conocimiento y servil.

Desde que Javier Duarte se convierte en precandidato a gobernador, estrecha relaciones con viejas amistades de Córdoba. Compañeros de escuela e hijos de empresarios (que lo conocían como CAREMO “caremono”), se convierten en amigos insustituibles, a quienes da canonjías y oportunidades de inversión.

Javier es hombre que gusta rescatar estampas entrañables. Con frecuencia acudía a Córdoba a degustar los exquisitos hotdogs, que tanto disfrutó antaño en la  calle 11  de esa ciudad. Las tortas de “La Rielera” no eran suficiente para volar.

De sus tiempos en España, cuando estudiaba el doctorado, hace funcionario y contratista de obras a Caleb Navarro, quien en esa época animaba sus bohemias madrileñas, contando los chistes de El Costeño e imitando a Luis Miguel y José José. Por su excelente canto y amistad con Karime, también promueve a Fernando Charleston y lo hace secretario de finanzas.

Uno de los pilares más importantes de su sexenio es Carlos Aguirre, que llegó a ser hasta encargado de la secretaría. Tesorero, primero y añejo conocedor de esa dependencia, se convierte en comedido ayudante en todo lo que sea destapar para tapar y viceversa.

Carlos logra doctorarse en el manejo de “la licuadora”, la técnica contable y financiera, usada para revolver arbitrariamente el dinero de todas las fuentes y extraer de esa enredada madeja de fondos públicos, estatales y federales, el jugo económico que reclaman los caprichos señoriales y los suyos.

Los que continuaron en la Tesorería después de él, simplemente siguieron el mismo estilo, con las consignas de “todos ganan” y “el de atrás tapa y resuelve”. Ahí se cocinó y se dieron los primeros problemas de la debacle duartista. El tremendo boquete multimillonario que ocasionaron, impidió continuar con ese brutal e irresponsable manejo. Llegó el momento en que ya no había con qué tapar lo sacado. Así empezaron preocupaciones, desvelos y lágrimas.

Pero era una mecánica bien conocida y solapada por Ricardo García Guzmán, Lorenzo Antonio Portilla y todos los secretarios, subsecretarios y tesoreros de la SEFIPLAN.

Varios secretarios se sumaron al aquelarre y sucumbieron al saqueo fácil. Las semanas venideras, las investigaciones periodísticas irán descubriendo las atrocidades administrativas y financieras en casi todas las áreas, principalmente donde hubo dinero. La licuadora fue replicada en las secretarías y organismos descentralizados. Dineros de pensiones o de otros órganos, fueron trasladados indebidamente a SEFIPLAN para tapar hoyos, cumplir caprichos o resolver temas políticos.

Estas estampas reflejan algunos detalles del accionar de Javier Duarte y de sus nexos con Córdoba, la Ciudad de los Treinta Caballeros, de la que él llegó a decir que sería el caballero 31.

A como sucedieron las cosas, uno se pregunta si esa idea cruzó por su mente porque se sintió un caballero de fina estampa, o la tuvo mientras maquinaba el “poderoso caballero es don dinero”, o simplemente fue la visión anticipada de un número tras unas rejas.

El 31 puede ser el número de la historia.

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