Quienes lean la biografía del Premio Nobel Gabriel García Márquez podrán enterarse de que el prolífico escritor colombiano forjó su vida entre los medios de comunicación y la publicación de libros. Fue un periodista a tiempo completo o parcial durante cinco décadas -1948-1999- que pudo entrelazar el periodismo y la literatura. Inició como reportero y llegó a tener su propia revista.
‘La primera función del periodismo es la verdad, porque vivimos en un mundo lleno de mentiras”’, sostuvo convencido en alguna de sus primeras entrevistas.
En el México de la cuarta transformación que impulsa el presidente López Obrador, los periodistas no han salido bien librados, ya que el mandatario los ha acusado de ‘chayoteros’ y de pertenecer al cómodo y privilegiado mundo ‘fifí’, tan denostado por él y por algunos allegados y seguidores suyos que repiten sus dichos para desacreditar a reporteros y medios de comunicación.
Una forma de disminuir a los críticos periodísticos ha sido mediante la cancelación de presupuestos oficiales para comunicación social. Lo poco que sale del erario para este fin, pasa por numerosos filtros. Ante ello, la autocensura tiende a crecer y a hacerse moda entre reporteros y columnistas.
Por otra parte, los asesinatos de periodistas continúan e incrementan la nefasta numeralia iniciada a principios de siglo. A veces son atribuidos a caciques, a veces a políticos molestos y en ocasiones al crimen organizado.
Los muertos de la comunicación nacional han desfilado sin parar desde los tiempos azules del panismo, los rojos del priismo y ahora los guindas del morenismo. Se comprueba que en estos últimos 20 años ha habido verdades que matan y que incomodan. Y que al no poder con la fuente o con el mensaje, es más sencillo destruir al mensajero.
La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) se manifestó esta semana en la capital del país para señalar dichas problemáticas. Juan Francisco Ealy Ortiz, presidente de El Universal y uno de los directivos de la Sociedad, llamó a los medios de comunicación nacionales a realizar un pacto de unidad para hacer frente a las agresiones y amenazas del crimen organizado.
Ante la ola de descalificación de las autoridades a los medios de comunicación, en días pasados el columnista Raymundo Riva Palacio pidió reflexionar sobre el costo de una palabra incendiaria, lo que bien valdría la pena para ahorrarnos lamentos, recriminaciones y esquelas.
En Veracruz las cosas no están mejor que en el resto de la república. La entidad es una de las que más ha sufrido el acoso y el asesinato de reporteros. Y en el tema de los recursos presupuestales para la comunicación social, el asunto va de la mano con lo que sucede a nivel federal. Los medios sufren para sostenerse y para difundir lo que ocurre diariamente en el territorio.
Algunas de las vacas sagradas del periodismo veracruzano tratan de imponer sus criterios y sus verdades, a veces, ajenas a la realidad y al interés de la sociedad, organizando veladas, celadas, cheladas o simples gracejadas. Suelen hacerlo, estigmatizando a los trabajadores de la comunicación independientes que no hacen gala de títulos nobiliarios, de antigüedades en el gremio, de profesiones afines o de premios nacionales, internacionales o galácticos.
Como ‘El Gabo’ enseñó hace algunos años, en Palabras Claras consideramos que es mejor apegarse a la verdad y alejarse de la mentira. El verdadero periodismo, el auténtico y profesional, es el que es resultado del esfuerzo cotidiano y puntual y del ejercicio objetivo, pleno y libre de la comunicación. Es el único periodismo que va a trascender en la confianza de la sociedad y tiene garantía de sobrevivir ante las adversidades.
El sueño del cambio en Veracruz no consiste en reactualizar el pasado, sino en algo mucho más ambicioso: realizar el mito, transformar la ficción en historia viva.