Dentro de la lucha del presidente de la república para contener el robo de combustibles a los ductos de PEMEX que atraviesan el país y que existen desde hace varias décadas, se ha presentado el accidente más terrible de todos los que hasta ahora se habían suscitado en relación al fenómeno nacional del huachicoleo.

Lo más triste de la tragedia ocurrida el fin de semana en Tlahuelilpan, un pequeño municipio del estado de Hidalgo, fue el lamentable fallecimiento de 90 humildes pobladores que fueron al sitio a buscar combustible con el que intentaban mitigar sus problemas económicos.

Pero lo más vergonzoso de todo, es que esa tragedia haya sido banalizada y minimizada por diferentes grupos o sectores poblacionales, que han dado enfoques muy distintos a los de mostrar conmiseración y pena por la pérdida de hombres, mujeres y niños valiosos que en mala hora decidieron acercarse al lugar.

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El caso está siendo utilizado por personajes de diferente altura y bajura y por ociosos habitantes de las redes sociales para hacer comparaciones indebidas y para denostar al ejército, al gobierno de López Obrador y a los propios afectados, quienes incluso fueron exhibidos en videos, chistes y memes, mostrando esas personas con tales actitudes negativas, lo peor de la naturaleza humana en pleno siglo XXI.

Porque nadie en sus cabales puede pensar en la culpabilidad del mandatario mexicano, o la del ejército nacional, mucho menos la de los que perecieron en esa nefasta ocasión, aunque hubieran celebrado la oportunidad de hacerse de algunos litros por ignorancia o inocencia, como afirmó bondadosamente Andrés Manuel.

Las pérdidas, que ya son multimillonarias en pesos y centenarias en vidas humanas, sólo reflejan la pobreza de estos tiempos revueltos que pretenden ser mejores a través de la Cuarta Transformación de la República.

Una transformación que debiera iniciar con los propios mexicanos en lo individual, si es que queremos que ocurra un mejoramiento en las personas amadas del hogar. Es preciso que cada jefe de familia saque sus mejores valores morales y éticos y los ponga en práctica de inmediato, si es que pretende una transformación hacia el interior de su familia. Los hijos aprenden por imitación que hacen de los padres y es bueno que exista una constitución moral o una cartilla de buenas intenciones escrita por Alfonso Reyes, uno de los principales sabios que ha tenido esta nación. Pero lo esencial es que cada uno de los mexicanos ponga el mejor ejemplo a su descendencia.

Los valores sólo surgen cuando la realidad comienza a comprenderse en su relación con la circunstancia humana, es decir, cuando empieza a ser apreciada además de conocida. Por eso, cuando las personas procuran conocer el mundo es porque tienen deseos de transformarlo. Son los valores los que ponen sentido a nuestro conocer, del mismo modo que es nuestro conocer lo que enriquece nuestra actividad cotidiana. He ahí cuando la tesis aristotélica cobra vida: “Todos los hombres desean por naturaleza el saber.”

Sólo así alcanzaremos alguna transformación que valga la pena. 

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