Alberto Silva Ramos ignoró las trapacerías del primo en el sur de Tamaulipas y lo trajo a Xalapa en los tiempos de Fidel Herrera. Cuando arribó a la capital del estado, pocos conocían sus taimados cuentos y sus vicisitudes en Pueblo Viejo y Tampico.
Como cualquier persona de pocos recursos en el lindero norte de Veracruz, Gabriel Deantes Ramos llegaba por las mañanas al embarcadero de El Humo, donde subía a una atestada lancha de pasajeros que lo llevaba al otro lado del río Pánuco. Ya en Tampico, viajaba en un colectivo hasta su pequeño negocio de celulares. Todos los días debía realizar ese agobiante recorrido desde su modesta casa en Ciudad Cuauhtémoc, situada en la margen derecha de esa caudalosa vía pluvial.
Años después los amigos y conocidos de Gabriel, lo vieron llegar orgulloso a visitar a la familia en lujosas camionetas, portando ropa exclusiva, calzado de marca, valiosas pulseras y relojes finos. El hijo pródigo volvía del sur, cargado de fortuna y poder. Su disfraz de la jet set casi hizo olvidar la mala fama de sus juventudes.
Desde que su primo le consiguió trabajo de asesor con Javier Duarte en la Subsecretaría de Administración y Finanzas, el contador Gabriel Deantes mostró su don de mando y sus hábiles mañas para las transacciones comerciales. Más tarde, afinó esas cualidades en la campaña de Duarte a la diputación federal y a la gubernatura, y cuando éste llega al máximo cargo, se saca la lotería de su vida y consigue ser nombrado oficial mayor de la Secretaría de Educación de Veracruz.
Después de algunos desencuentros con compañeros y jefe, “el contador” Deantes se convierte en subsecretario de finanzas, y unos meses más tarde, secretario del trabajo. En este último cargo, que continuó combinando con actividades de “alta política electoral”, el suertudo funcionario se hace de cuantiosos recursos. Para esa época, la ostentación era su virtud y los trabajos electorales, su rueda de la fortuna.
“Una millonaria herencia paterna”—según declaró en esos días—le permite hacerse de edificios y otras importantes propiedades inmobiliarias en Xalapa, al tiempo que los medios de comunicación empiezan a oler y desvelar oscuros manejos financieros en su entorno.
El 18 de enero de 2016, antes del escándalo nacional por la denuncia del titular de la Auditoría Superior de la Federación (ASF) contra Javier Duarte y el gobierno de Veracruz, Palabras Claras, en su versión digital, da la noticia del veloz enriquecimiento de este personaje, en un reportaje titulado “Gabriel, el de antes y el de ahora”. Ahí se desvela la lista de inmuebles adquiridos, así como los automóviles y las cuentas bancarias del corrupto funcionario duartista y ex empresario de teléfonos móviles y fundas chinas.
Hace pocos meses, ya en la época yunista, fue incluido en las denuncias ante la Fiscalía General del Estado. Le embargaron cuatro propiedades y le fijaron un millón de pesos como fianza, con la obligación de firmar cada quince días en el Juzgado de Pacho Viejo, acusado de enriquecimiento inexplicable por 50 millones de pesos.
Pero también, sus amigos y cómplices han presumido que el señor de antes, también es de ahora, ya que su líder y sabio conductor de borregos, participó con éxito en la pasada contienda electoral que llevó a la derrota del PRI y al triunfo holgado a destacados contendientes azules en varios municipios, entre ellos Boca del Rio y Veracruz.
Se deduce entonces que el vomitivo que le aplicaron a Gabriel tuvo extraordinarios efectos financieros.
La semana pasada se informó que la Comisión Nacional Bancaria y de Valores le ha rastreado tres cuentas de inversión en las que tiene sesenta millones de pesos. Fiel a sus mentiras, como aquella de la herencia paterna, ahora justifica esos elevados ingresos con donaciones que le hizo una artista de comedia, con la que presume parentesco y que, por cierto, también sabe contar buenos chistes.
Esto hace pensar que si el señor guarda 60 millones de pesos en bancos, debe tener cuando menos la misma cifra en propiedades inmobiliarias y otros bienes.
Ante el sucio escenario del cuenta cuentos, esperemos que los triunfos electorales yunistas no se hayan embarrado de la escoria de antes.
Sólo si esta esperanza se cumple, Gabriel Deantes irá al reclusorio. Si no, seguiremos escuchando cuentos.
Así es la vida veracruzana, en los tiempos del cambio.