Durante los años 2015 y 2016, hubo en Veracruz un personaje que conforme avanzaba la campaña de Yunes Linares a la gubernatura, aparecía con frecuencia en los diferentes medios de comunicación locales para aclararle a los ignorantes veracruzanos cual era la situación real del Instituto de Pensiones del Estado (IPE) y para proponer sabias alternativas que fortalecerían al instituto y a sus derechohabientes en lo individual.
El hombre se constituyó en gran investigador y académico y utilizó al creciente segmento de jubilados y pensionados estatales y sus permanentes inconformidades, para dar entrevistas, opiniones, y más que nada, opciones en torno a sus derechos y al futuro de sus prestaciones institucionales.
Cuando inició el gobierno yunista en diciembre de 2016 todo el mundo respiró gracias a la prudente decisión de colocar como director general del IPE al mejor prospecto que para ese cargo había surgido en los últimos cuarenta años, y que no era otro que el sabelotodo Hilario Barcelata.
Pero lo primero que hizo fue acomodarse placenteramente en la plenitud del poder (que había escuchado referir a un exgobernante jarocho) y allegarse de un eficiente equipo de colaboradoras, cuyas potencialidades se conocieron a través de algunos portales noticiosos.
Después transcurrieron los meses mientras el señor director se apoltronaba en su oficina o en el sillón principal del consejo directivo de la institución. Juntas y juntas y juntas y cero mejoramiento del instituto.
Terminó el primer año de gobierno azul y contemplando el cielo y sus nubes y callando lo suficiente, las circunstancias financieras continuaron pian pianito manifestándose como siempre. Falta de recursos presupuestales, falta de pago de aportaciones institucionales y demora permanente en el cumplimiento de obligaciones a los interesados.
Estas primeras semanas de octubre, la inquietud volvió a la población jubilada que no sabe si recibirán puntualmente sus prestaciones de fin de año, tal como sucedió con Javier Duarte y su sucesor Flavino Ríos.
El director general del IPE medita en la soledad de su oficina y rodeado por su selecto personal, si conviene o no, salir a dar tranquilidad a esos quisquillosos extrabajadores de la burocracia veracruzana que esperan preocupados y que empiezan a salir a las calles a exigir sus derechos.
Un hombre que vendió una imagen incorruptible y honorable y que no hizo absolutamente nada en beneficio de jubilados y pensionados.
Al final un bocón al que su jefe, las circunstancias y sus errores le cortaron la lengua.