Acabada la fiesta morenista de la elección presidencial, y recordando una célebre canción de Joan Manuel Serrat, la población involucrada en ese inolvidable dos de junio deberá regresar a su inmutable normalidad: “la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas”.

Y en el México que le dio 15 millones de votos a la perdedora Xóchitl Gálvez, los ciudadanos demócratas que fueron derrotados y humillados con un resultado que cuesta creer, esos mismos vencidos y muchísimos más que no quisieron ir a votar ese día, deberán continuar con sus vidas, con sus proyectos y con sus sueños, aunque quizá cada vez con apariencia más lejana. 

Dentro de ese conglomerado que perdió la elección, se ubica la mayor parte de la clase media mexicana, vilipendiada durante casi seis años con malas expresiones y peores modos, a través de palabras discriminatorias y hasta lapidarias, pronunciadas desde las mañaneras del palacio nacional. 

Pero paradójicamente, esa misma clase media acosada, es la que será determinante en la elección de 2030, dentro de seis años. Sin embargo, para llegar a esa población puesta contra la pared, desconcertada o resentida, aquel o aquella que le necesite para cualquier objetivo con intención política, primero tendrá que tender los puentes necesarios y con suficiente poder de sustentación, resistencia y durabilidad.

Y los políticos como Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, o quien surja además, lo saben y seguramente ya lo trabajan. La continuidad de lo que puede ser “el tercer piso de la transformación” o cualquier cambio de rumbo que se proyecte, pasa por la aceptación y respaldo de la clase media. Sí, y se trata de esa clase media progresista y emprendedora, que la izquierda obradorista no quiere ver, pero que le sale y le abruma desde todos los armarios de la vida nacional. 

Y ocurre así, porque el voto de los pobres o subsidiados por la 4T, no alcanzaría para otra elección cuatroteísta y ya claudista en 2030. Lo sabe la presidenta electa y también aquellos personajes que han empezado a moverse en lo que, de concretarse en seis años, sería una verdadera proeza para la oposición política nacional. 

Bajo este enfoque deben verse varias de las primeras acciones de la virtual presidenta de la república. La mayor parte de los nombres que dio el jueves pasado para acompañarla en el gabinete, ayudan en esta hipótesis de tender los puentes necesarios con la clase media. 

Pero estos sólo son indicios que Sheinbaum tendrá que pulir y abundar en no pocas áreas, en la medida en que se aleje más pronto que tarde de López Obrador, justamente el villano preferido de la clase media de la era obradorista, aparentemente en finiquito.

En la etapa de la presidenta Claudia Sheinbaum, tendrán que venir decisiones y cambios reales y no ejemplos de maximato posmoderno, únicamente con movimientos teatrales, cosméticos o de maquillaje quitapón dentro de un rol prestado y apegado al guion del “guía moral, cacique o poder tras el trono”. 

Los mexicanos están pendientes del acontecer público, para ver si el tema de la reforma constitucional tiene matices, aires medianamente constitucionales, o es completamente radical “sin cambiar ni una coma”, al gusto andresiano. 

La clase media nacional apoya a la primera mujer que gobernará México. Pero no será un apoyo incondicional ni a ciegas. La gente realmente preocupada por el país espera que al palacio nacional llegue la mejor versión de Claudia Sheinbaum. 

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