Muchos padres de familia y personas adultas de las zonas urbanas y de todos los rincones de la república,  así como un altísimo porcentaje de la sociedad nacional, se encuentran sumamente preocupados por la manifiesta y reiterada decepción y desconfianza de los jóvenes mexicanos hacia las instituciones y autoridades, hacia los partidos políticos, las religiones, los intelectuales, o hacia las a veces autodenominadas “figuras públicas” o “personajes políticos”, periodistas, empresarios, influencers de moda, artistas y deportistas que suelen brillar en el firmamento por sus logros aparentes o gracias a la chequera. 

Basta con sostener una conversación seria, honesta y reposada con un hombre o mujer joven, digamos menor a los treinta años de edad, para confirmar e incrementar esa insistente preocupación del adulto normal de estos días. El que inició la plática, experimenta al terminar tal charla, que resultó frustrante porque su actitud animosa inicial, a los pocos minutos se transforma en desazón y desesperación creciente.

Lo que no falta en la respuesta de esa persona joven, es el desánimo, la inconformidad y presunción de que en el futuro, le será prácticamente imposible adquirir una vivienda, ni siquiera la más modesta, porque los sueldos que están disponibles en el mercado laboral no le alcanzan más que para las necesidades inmediatas de supervivencia. Ninguna capacidad de ahorro.

Porque se trata de empleos donde muchos humildes trabajadores son explotados en jornadas inhumanas, donde en ocasiones no hay ni sillas para sentarse un momento, amén de estar obligados a realizar actividades de limpieza, de proselitismo electoral, o en el peor de los casos, acostumbrarse al acecho de jefes o jefas abusadores en todas las formas, adicciones y desviaciones posibles.

Se trata de una generación que creció, escuchando o siendo víctimas de balaceras,  con ejercicios en las escuelas para prevenir o resolver ese tipo de situaciones; escuchando quizá a familiares o a conocidos que fueron exigidos con el llamado cobro de piso que presionan los altos delincuentes de la calle, a veces con protección y permiso para robar y matar desde arriba.

Es decir, una generación insegura e intranquila que hace vida normal, porque es humano y debe hacerla para su auténtico desarrollo y evolución. Es la necesaria vida social, pero que desde hace años, el interesado deberá hacer bajo su propio riesgo y consecuencias del inseguro camino y del horario traicionero.

Una generación que se pregunta, por ejemplo, porqué el Estado de Israel cuenta con simpatías en exceso para aplastar a Palestina y matar niños; o que se pregunta por qué el pueblo judío comanda el poder de los bancos, de las finanzas mundiales, de periódicos importantes, de la industria de la guerra y hasta de la investigación científica. 

Al final del día, de la que hablamos, será o es ya una generación con escasas posibilidades para hacer una familia autosustentable, para hacer una carrera productiva, para tener una jubilación digna cuando acabe la vida productiva, que pueda contar con acceso a un sistema de salud boyante, suficiente, puntual, servicial, amigable y de primer mundo. 

Una generación inteligente, pero inconforme, insegura y muy molesta, que observa detenidamente los miles de millones de pesos que el gobierno gasta en dádivas que provienen de préstamos bancarios, en gastos gubernamentales sin control para movilizaciones de ciudadanos que masivamente deben ir a rendir pleitesía al Zócalo de la Ciudad de México o a las plazas centrales de las principales capitales de México.

Jóvenes de una generación totalmente decepcionada, que se siente fracasada, que no piensa en hijos, que en el amanecer de sus días florecientes, no vislumbra un horizonte positivo, progresista, duradero y fructífero. Uno que les dé trabajo bien remunerado, con respeto a sus derechos humanos, un horizonte que les abrace y proteja, y que les brinde calidez y seguridad para ellos y sus futuros descendientes.    

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