El hallazgo de dos cuerpos de los cinco jóvenes desaparecidos en Tierra Blanca tiene indignada a la sociedad mexicana. Durante casi dos décadas hemos sido testigos de los ríos de sangre que han avergonzado a México, a los mexicanos. Ayotzinapa y Tierra Blanca son casos análogos.
Antes de que la Secretaria de Gobernación, a través del Subsecretario de Derechos Humanos, Roberto Campa y el Fiscal General del Estado, Luis Ángel Bravo, dieran a conocer los avances de las investigaciones, un grupo de familiares de los jóvenes desaparecidos hicieron un plantón en las afueras de ese ministerio de gobierno.
La desesperación de los familiares es evidente, comprensible. Una valla metálica y la Policía Federal impidieron que pudieran penetrar a la institución y marcharon sobre el legendario Paseo de la Reforma hasta las instalaciones de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO), para exigir se dieran a conocer los avances de las investigaciones.
En la tarde de ayer se confirmó que se había ubicado y asegurado un rancho en Tlalixcoyan, Veracruz y se determinó la coincidencia con los perfiles genéticos de dos de esos jóvenes. Casi de inmediato, los políticos no perdieron oportunidad para excitarse verbalmente y señalar que lo sucedido ya no debe estar en la sociedad, que se debe castigar a los culpables, que Veracruz está de luto.
Los políticos saben que las frases elaboradas, que el discurso que apasiona es figurado, pero no por eso dejaran de hacerlo. La palabra es un hilo de seda que permite hacer profundas consideraciones sobre nada, sutiles distinciones inútiles, que no sirven para extirpar los problemas. El discurso permite hacer bordado de bolillos con la misma naturalidad con que cualquiera se corta las uñas.
La desidia de los políticos, de los entusiastas, de los chapuceros y la voracidad de los tiburones, son las necesarias para que algunos duerman tranquilos. Los mexicanos no necesitan de señales metafísicas, quieren ver la voluntad de los políticos para medir el resultado de sus acciones, no la conmoción de sus palabras. Se pueden aprovechar los malos momentos para recuperar, con firmeza, un régimen desgastado.
La indignación social tiene triste a este país, merece la pena recordar a Simone de Beauvoir “nuestra vida tiene valor en tanto que le damos valor a la vida de los demás, por medio del amor, la amistad, la indignación y la compasión”. (AF)