Se llegó el 15 de noviembre y Cuitláhuac García envió puntualmente al congreso estatal el documento de su segundo informe. La jefa de la oficina del programa de gobierno expresó allí los esfuerzos para pagar la deuda, como dato fundamental de ese acto. Días antes el ejecutivo estatal había ofrecido un “informe didáctico”. El día de hoy se sabrá a qué se refirió con esa expresión.

Si la didáctica es un método o tendencia adecuada para enseñar o instruir, ese compromiso ya se cumplió con abundancia, sin siquiera conocerse el contenido de los libros que se entregaron al congreso. 

Ante la evidente falta de resultados tangibles -que los veracruzanos comprueban día tras día- lo que Cuitláhuac diga hoy y la propia narrativa escrita de ese informe, solo servirán para enseñar y recalcarle a la gente que con los 24 meses que lleva en el cargo, Veracruz está completando 10 años de gobiernos perdidos y de ausencia de logros gubernamentales durante las tres últimas administraciones.

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En 2004 Fidel Herrera y los votantes se equivocaron garrafalmente con el cordobés Javier Duarte de Ochoa, quien resulta ser el gobernador más corrupto de la historia estatal. En sus seis años de desastre administrativo, el erario perdió entre 35 mil y 75 mil millones de pesos, según cifras de la Auditoría Superior de la Federación y el ORFIS. Desde 2017, Duarte cumple condena en la cárcel y, por si no bastara, varios de sus funcionarios han sido acusados o están en procesos judiciales, o en el reclusorio o prófugos. Sin embargo, los faltantes monetarios continúan desaparecidos.

En diciembre de 2016 llegó Miguel Ángel Yunes Linares con sus enfáticas promesas de cambio sin cambio y con sus balandronadas, autoritarismo y afanes sucesorios en favor de su primogénito del mismo nombre. De ese bienio azul se recuerda mucho su fallida repavimentación del bulevar Xalapa-Coatepec, causante de cientos de accidentes de tránsito por derrape, debido la colocación de un pavimento inadecuado. Ocho kilómetros de vialidad interurbana que apenas se mojan con la menor lluvia y se convierten en mortal trampa para los miles de viajeros, con pérdidas económicas permanentes desde su inauguración. Yunes Linares falló a los veracruzanos, como falló en sus orgullosos afanes nepotistas.

Pero las fallas y las ingenuidades jarochas no terminaron con el hombre del estero de Boca del Río. Las malas decisiones electorales continuaron con Cuitláhuac. Ha dado tan escasos resultados en dos años, que a nadie importa que hubiera hecho esperar su mensaje del segundo informe para este lunes. 

Cuitláhuac dice ser xalapeño. A ver si pronto aprende a gobernar y logra dejar en la historia alguna instalación física o edificación importante para la capital del estado. Algo que se vea y se aprecie, más allá de pintas de escuelas, chapeos montunos, cuadras pavimentadas o remozamiento de pequeños caminos.

Tiene cuatro años para hacerlo, si es que quiere algún honor y trascendencia. Por cierto, se recuerda que las últimas obras grandes realizadas por el gobierno del estado en Xalapa, fueron precisamente las de Fidel Herrera Beltrán -un constructor de puentes- hace más de diez años: el puente Bicentenario en la zona de Plaza Crystal, el puente de Pípila, el puente que conecta la ruta Lázaro Cárdenas con la avenida Murillo Vidal, el distribuidor vial de Las Trancas y el puente de La Araucaria frente al panteón Palo Verde, además de los 29 kilómetros del libramiento de Xalapa y los 30 kilómetros de la autopista Banderilla-Perote, iniciados desde 2005 gracias a la coordinación federal y estatal, e inaugurados en 2012.  

Ya veremos si Cuitláhuac García logra sacudirse el marasmo y a los negados aprendices de funcionarios que carga como lastres. Hasta ahora su exceso de palabrería no consigue transformar nada, mientras que la autocomplacencia, el nepotismo y la corrupción lo acechan y hunden.  

Veracruz sigue esperando los resultados que prometió. Y los ciudadanos aguardan la elección del 6 de junio próximo.

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