Hay dos cosas en que ha destacado Javier Duarte de Ochoa desde el primero de diciembre de 2010: abusar de la lengua y de la palabra y saber esconder los fondos públicos veracruzanos que se perdieron durante su gestión como gobernador.

De su sexenio sobresalen tres documentos bien elaborados, que simplemente quedaron en buenas intenciones: el plan veracruzano de desarrollo, el decreto del programa Adelante y la ley estatal de desarrollo social. Tres documentos formales que regirían la acción de su gobierno y que al final quedaron en una bien cuidada colección de palabras, diagnósticos, planes, objetivos y derechos sociales que no se cumplieron; en síntesis, un material intangible que no sirvió para nada.

El hombre fuerte de Córdoba se limitó a llenar el estado de letreros motivacionales, de camisetas, pulseras y gorras, y en el mejor de los casos, de láminas de zinc y zapatos chinos por miles, que conseguían los Deantes, los Vicentes y los demás vivales que invitó a su comparsa llamada gabinete. En eso terminó su programa asistencial, que hasta himno bailable tuvo, cantado por Yury y otros artistas jarochos.

Recuérdese que a partir de su tercer año de gestión empezó a escasear el dinero del presupuesto y comenzó la etapa en que no se construyó en Veracruz ninguna obra pública relevante. 

Fueron seis años en que el pueblo jarocho se enteró de las apropiaciones indebidas en que incurrieron los cercanos del gobernador y también los de Karime Macías, la señora de la abundancia. A ella se debe que la Comisión Municipal de Agua y Saneamiento y la reserva territorial de Coatzacoalcos hubieran soportado tremendas dentelladas familiares. 

Tiempos en los que comenzaron a surgir las exigencias federales de devolución de recursos no aplicados por su Gobierno, y que el hábil Duarte resolvía con reintegros simulados que acarreaban nuevas observaciones que desesperaron y escandalizaron a la Auditoría Superior de la Federación. Tiempos también en que año tras año se incrementó la deuda estatal a niveles inmanejables.

De sus arriesgadas triquiñuelas administrativas quedó huella en el Senado y en la Cámara de Diputados. Por eso en enero de 2016, el Auditor Superior se vio empujado a declarar en cadena nacional su apreciación de que “Duarte debería estar en la cárcel” por la desaparición de 35 mil millones de pesos. El portal Animal Político tiene parte de las pruebas de los robos, de las empresas fantasma creadas por el duartismo y de las diversas irregularidades administrativas contra el erario.

Por todo ello, Duarte fue aprehendido en Guatemala después de salir huyendo desde el aeropuerto de El Encero. Fue sentenciado a nueve años de cárcel, y es posible que lo haya demandado hasta la sirvienta de su casa.

La semana anterior, Duarte deslizó que había entregado 3,500 millones de pesos a Peña Nieto en 2012, y la pregunta que surge y se repite es la siguiente: ¿en qué Constitución, Ley o Reglamento, se autoriza a que un gobernador entregue recursos públicos para una campaña política? Si así ocurrió, esta acción conlleva una confirmación de la culpabilidad por malos manejos de Javier Duarte.

Antenoche en televisión se dio a conocer un video en el que, a decir del propio exgobernador, se comprueba que se entregó voluntariamente y que por lo tanto solo es un preso político. Y para justificarse y venderse en ese papel, dio entrevistas a varios medios de comunicación. Jamás en sus dichos recuerda que lo encerraron por asuntos de dinero público extraído indebidamente, nunca por temas políticos, como ahora pretende convencer.

Demasiadas cartas las publicitadas por Duarte, treta infame pagada con recursos robados a Veracruz. Abundante exposición mediática para soltar su cansino y autocomplaciente blablablá. Pero lo que el lenguaraz tipo se calla y callará, es dar una explicación convincente sobre sus acciones o motivaciones en el cargo, que cuando menos conmuevan al auditorio. 

Su estrategia más parece un inútil ejercicio verbal plagado de desvergüenza y cinismo, que esconde el cúmulo de pecados en que incurrió cuando fue gobernador. El tipo se muestra como un pirata que quiere ser simpático y que, al compartir sus sueños distractores, desvela el evidente contenido latente de sus expresiones. Palabras y palabras que no justifican ni hacen que se olvide todo lo pescado por él en su río revuelto (la licuadora de la SEFIPLAN).

Soy muy, pero muy honesto, yo no hice nada, soy un perseguido injustamente, que nadie comprende, déjenme y dejen a mi familia, grita Javier Duarte a quien le presta atención. Pero su caso está juzgado conforme a las leyes y de los dineros públicos extraviados, nadie dice, reclama o sabe algo serio. A ese señor, basta con pedirle que recuerde una de las viejas sentencias del imaginario popular: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”.

Buena novela seguimos viendo los mexicanos.

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