Cuando hay lejanía entre dos personas, ninguna de ellas puede hacer afirmaciones sobre las virtudes y defectos y los diversos aspectos personales que las caracterizan. A la contadora Clementina Guerrero García, identificada en los medios burocráticos como Tula Guerrero desde hace muchos años, no se le conocen detalles oscuros o escabrosos que pongan en entredicho la honorabilidad que quizá ella misma esté intentando colocar a salvo en los duros momentos que atraviesa.

Los escasos comentarios que llegan a trascender sobre ella, tienen que ver con actitudes duras, frías y de extremo orden, más allá de sensibilidades, humanismos o interacciones sociales. 

Para todos fue sorpresivo el anuncio o filtración de que cargaba una orden de aprehensión en su contra, junto a tres exfuncionarios más de la SEFIPLAN en los tiempos de Miguel Ángel Yunes Linares.

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Pero lo más sorpresivo fue el tsunami de simpatías que se dejaron sentir en redes sociales y en algunas columnas políticas que comedidamente pusieron la mano al fuego por ella y su honestidad. 

En noviembre de 2016, cuando la funcionaria pasó de la Universidad Veracruzana a esa dependencia como secretaria de despacho, Palabras Claras publicó el editorial TULA…¿TRAES?, en el que se dibujaban las dificultades para cumplir compromisos y la escasez de recursos que ella debía enfrentar junto a su jefe el gobernador Flavino.

En esa publicación se mencionaron situaciones como estas: “Este mes de noviembre, último del sexenio más oscuro en la historia de los gobernadores de Veracruz, la sociedad sigue pasmada ante los sorprendentes acontecimientos que día con día se suscitan en torno a la administración pública estatal.” 

“…afuera, las calles de la ciudad muestran la miseria de un régimen con el que Duarte superó a Santa Ana. Es claro, agarran más veinte uñas que quince. Jubilados y pensionados reclaman dignidad. Maestros, proveedores, músicos y todas las profesiones y oficios, marchan por dineros bien ganados que algunos se encargaron de perder. Contratistas molestos, que no saben si terminaron las obras, aunque sí cuanto les deben. Quien quiera hacer valer sus derechos de cobro, tendrá que pagar piso, marchando por las calles, a contra corriente de los ciudadanos que tratan de hacer su vida normal.”

“Son los tiempos forzados de Clementina Guerrero, la secretaria de finanzas que le tuvo que entrar al quite porque el que estaba se cansó de mentir. Su jefe la llama al celular para que atienda a un grupo de reclamadores que aguardan desde hace muchos meses. Después de horas de espera, agitada y nerviosa porque sólo tiene alforjas vacías, llega a la reunión como borrego al matadero y le sueltan la desdichada pregunta: —Tula… ¿Traes?”

Durante su bienio, Yunes Linares operó lo que le interesó y fue omiso en lo que no. Los alcaldes de oposición, los trabajadores y los despedidos, y varios líderes sociales se quejaron cotidianamente de maltratos y ausencia de programas gubernamentales. Y con sus colaboradores, (“mi empleado”, “mi gato”), el entonces mandatario fue autocrático y sumamente exigente, cuando no, déspota. Siempre trató de instalar su monarquía, a costa de lo que fuera. Repartió millones de despensas de la mano con Indira Rosales, ahora senadora.

Tula Guerrero debe recordar muy bien los asuntos que, para complacer a su terrorífico jefe, tuvo que sacar o resolver atropellando las leyes y los reglamentos. Así es como suele configurarse un delito que se llama omisión del deber legal, que se castiga con cárcel o inhabilitaciones hasta por diez años. En este sentido, el Código Financiero del Estado de Veracruz, resulta una trampa fatal para los encargados de las finanzas y la administración de recursos públicos en las áreas de gobierno, los que, al cumplir a rajatabla las instrucciones superiores, se convierten fácilmente en simples cabezas de turco.

Los gobernadores ordenan; los lacayos y “queda bien” cumplen a ciegas y la hoja de acero les aguarda al final del camino. En consecuencia, y respecto a su orden de aprehensión, creemos que Tula puede ser lo que ella quiera, menos inocente e ingenua.

Pero usted, respetado lector, siempre tendrá la mejor opinión.

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