La reiterada expresión de que el país está en bancarrota, que inopinadamente ha soltado el presidente electo a los mexicanos durante estos días, ahonda la preocupación de la gente de entidades federativas como Veracruz, en las que hace mucho tiempo que la inestabilidad socioeconómica, la destrucción de la riqueza, la intranquilidad social y los peores males de la humanidad, llevan apoderándose de pueblos y ciudades, convirtiendo esas delicadas circunstancias en una forma de vida –aparentemente normal- que nadie imaginó.

Y aceptar esa bancarrota puede significar que tardarán en llegar los apoyos financieros de la federación, los programas públicos para volver a crecer y los beneficios que implica la renovación de gobierno y de las estructuras de poder. Hasta podría especularse que, si así ocurriera, terminaríamos por confirmar que esta segunda década del siglo XXI será totalmente perdida para Veracruz.

Pero, qué es lo que ha sucedido en los últimos años en el estado: poca inversión pública y privada, escasas obras de infraestructura, reactivadoras de la economía, caída de la producción en varios sectores, aumento del desempleo y disminución de los salarios reales. Y por si eso no bastase, el brutal endeudamiento del Estado -cercano a los 45 mil millones de pesos- que malos gobiernos locales fueron incrementando año tras año, y que el pago de esos empréstitos ha impedido la entrega de nuevos y mejores servicios públicos.

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Y el resultado de todo este maléfico coctel, no podría ser otro: elevación de la pobreza y de la pobreza extrema, fallas en los sistemas de educación pública y, sobre todo, la alta prevalencia de cánceres, de diabetes, de sobrepeso y de obesidad, esta última, por cierto, en la que somos los indiscutidos campeones nacionales.

Pero además de ello, la decadencia e ineficiencia gubernamental central y local, han traído otros efectos colaterales: la incesante aparición de cárteles y bandas delincuenciales, la terrible inseguridad pública y el ingente número de asesinatos, desapariciones y secuestros. Y por el lado de la impunidad, cientos o miles de delitos, decenas de fosas con restos de personas, independientemente de la espantosa cadena de cementerios clandestinos a lo largo y ancho de la entidad que se menciona en voz baja.

Si se habla del turismo, este es abundante sólo en los irresponsables reportes oficiales ya que es bastante mediocre en la realidad. Si pensamos en las empresas grandes y nuevas que debieron establecerse en el solar jarocho, ellas prefieren otras latitudes de la nación, más favorables y con más muestras de honestidad.

Y una vez acordándonos de toda esa lacra de gobiernos tropicales de esta segunda década, basta con recordar que nuestro exgobernador Javier Duarte de Ochoa es el máximo ejemplo del político corrupto en México, y a quien la Auditoría Superior le reclama 75 mil millones de pesos no aclarados. En torno a su caso, el día de ayer, un medio nacional dio a conocer que él y su esposa adquirieron durante su gestión un total de 90 inmuebles en el país y en el extranjero. Y se sabe que la señora Karime Macías de Duarte vive a todo lujo con sus hijos en la ciudad de Londres.

En cuanto al gobierno de Yunes Linares, podemos decir que su paso de dos años por la administración estatal no tuvo ningún efecto positivo. La sociedad conoce bien los motivos.

Todos estos años, los veracruzanos han subsistido gracias a los medianos y pequeños empresarios de casa, a los productores agropecuarios, a las familias emprendedoras, a los pocos turistas que se atreven a visitarnos, y también, a las remesas que envían puntualmente los migrantes desde Estados Unidos, y que por suerte no han descendido.

Si Andrés Manuel López Obrador nos habla de bancarrota y sus generales empiezan a hablar con la verdad, debemos entender que quizá hasta el año 2021 veremos una luz en el horizonte veracruzano.

Ojalá y Cuitláhuac García tenga las capacidades y los arrestos para conducir a Veracruz hacia mejores tiempos. Por ahora sólo queda esperar.

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