Provocaron risa las ramplonas expresiones de Gerardo Fernández Noroña en su mensaje como presidente de la mesa directiva para el primer año de la cámara de senadores; en su discurso dijo que “los plebeyos tomamos la patria”.  

Tampoco extrañó la incondicional cesión de 15 diputados que el Partido Verde le hizo a Morena para que pueda presidir la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados por tres años, y mucho menos, cuando por razones de peso, dos senadores del PRD dejaron la palidez y se cambiaban de bando para obsequiarle al obradorismo su ansiada mayoría y la posibilidad de cambiar la Constitución del país al gusto y necesidades del poder ejecutivo.

Para ese instante Mario Delgado el dirigente morenista ya había hablado de ofrendarle como regalo de salida a su jefe, la reforma completa al poder judicial, encaminada a chatarrizar ese poder y condicionar el nombramiento de jueces y magistrados al voto del denominado pueblo sabio, sordo y ciego.

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Lo más grave de todo esto es que la doctora Claudia Sheinbaum, haciendo gala de los estilos más criticados a López Obrador en su gestión, como presidenta electa ya comenzó a mostrar los moditos, las pausas y hasta los cambios de opinión del líder, y esto hace recordar a Pascual Ortiz Rubio, el presidente constitucional electo después del asesinato de Álvaro Obregón, y quien en aquel tiempo compitiera con el educador José Vasconcelos.

Tras ganar los comicios extraordinarios con fuertes acusaciones de fraude, en noviembre de 1929, Ortiz Rubio, que había sido coronel del ejército, diputado, gobernador de Michoacán y embajador en Alemania y Brasil, sufrió un atentado el mismo día de su asunción en el Estadio Nacional el 5 de febrero de 1930, pero salió ileso con su familia, en el coche en que se trasladaban hacia el Palacio Nacional, ataque que pudo superar gracias a una ocurrencia de último momento de su esposa.  

Después de dos años de gobierno con escasos resultados, en septiembre de 1932 decidió renunciar al cargo y exiliarse en Estados Unidos, todo esto dentro de la oscura etapa nacional conocida como el maximato de Plutarco Elías Calles, quien se ostentaba como el “Jefe Máximo de la Revolución Mexicana” y pretendía el control absoluto y sin indisciplinas.

En esos días de tinieblas, antidemocracia y tragedia en que en un solo sexenio hubo tres presidentes por cada dos años, el poder excesivo de Elías Calles fue quien seguramente dio origen a la conocida frase “Jefe de Jefes”,  y sobre ello la historia dejó dos circunstancias que reflejan ese nefasto periodo de la política mexicana.

La primera de ellas fue la reveladora frase de Ortiz Rubio cuando dejó la presidencia de la república: “Salgo con las manos limpias de sangre y dinero, y prefiero irme y no quedarme aquí sostenido por las bayonetas del ejército mexicano”.  

La otra señal esclarecedora fue una caricatura periodística donde se observa a Ortiz Rubio en la terraza de la residencia oficial del Palacio de Chapultepec, vociferando con energía “Yo mando”, mientras abajo en el lago, un lanchero representando a Calles contesta: “Y yo, remando”.

En la dinámica del maximato de Calles, él líder mantenía cuotas importantes de poder e hizo insostenible la presidencia de Ortiz Rubio, desatando el rumor de un golpe de estado, atmósfera que el político michoacano afrontó hasta su renuncia, y sólo pudo regresar de su exilio hasta el gobierno de Lázaro Cárdenas, el que sí pudo expulsar del país a Calles al inicio de su periodo. 

México no quiere “peleles o títeres” como los de aquellos años de atraso. La Patria no merece ese tipo de gobernantes. Y la primera mujer presidenta de México por ningún motivo debe caer en ese retroceso democrático y fuera de la Ley. Ella tiene el respaldo social para impedirlo.

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