En estos días en que los morenistas celebran el primer amlofest del mandatario nacional, la literatura hispanoamericana también se hizo presente y, de manera intencional o circunstancial, coincidió con las expresiones de diversas fuerzas opositoras al estilo de gobierno de Andrés Manuel López Obrador, presidente de los Estados Unidos Mexicanos.

La galardonada obra literaria de Mario Vargas Llosa, su gusto por la política y el amigable recibimiento que desde hace muchos años le han dado en tierras hispanohablantes algunos sectores sociales e intelectuales, motivaron al escritor peruano a erigirse en una especie de observador y juez internacional de la democracia de este y de otros países. 

Aún se recuerda aquella ocasión ante Octavio Paz y otros intelectuales en el entonces Distrito Federal, cuando de manera intempestiva señaló que el sistema político de México le parecía una dictadura perfecta. Sus declaraciones en un programa de la cadena Televisa en septiembre de 1990, provocaron disgusto y rechazo en el régimen priista que en ese tiempo llevaba varias décadas ininterrumpidas en la plenitud del poder.

Casi treinta años después, en los tiempos en que López Obrador mueve y zangolotea la Constitución a diestra y siniestra con toda la energía de su firma y de sus cámaras en el Congreso, el Premio Nobel -que alguna vez fue candidato perdedor a la presidencia de su país- declarara calculadoramente provocador durante una conferencia: “Me temo muchísimo que el populismo, que parece la ideología del actual presidente de México, nos conduzca otra vez a la dictadura perfecta.”

La primera defensa y réplica a esa molesta intromisión en los intereses lopezobradoristas, estuvo a cargo de la docta historiadora Beatriz Gutiérrez Müller, esposa del mandatario nacional quien, ipso facto, soltó en redes sociales “su preocupación ante ideologías de ganadores del Premio Nobel que pueden hacer retroceder a América Latina y que el fanatismo y el dogmatismo de ciertos autores nos conduzcan al panfletario perfecto.”

Por su parte, Andrés Manuel, en la conferencia mañanera posterior a su magna celebración del domingo en el Zócalo, hizo evocar el célebre programa del Chavo del Ocho y la frase “¡No me simpatizas!”, pero serenando a todos de inmediato, aceptando en abierto que Vargas Llosa tiene derecho a opinar, y que ello no es motivo para aplicarle el artículo 33 constitucional con el que puede expulsarse de la nación a personas no gratas o que hagan peligrar la gobernabilidad y la estabilidad social.

Y en relación al gusto reiterado por las fiestas, el egocentrismo y el autoritarismo de los gobernantes y tiranos, el peruano presentó en el año 2000 la novela La Fiesta del Chivo, una obra mezcla de historia y ficción que narra la corrupción destructiva y las atrocidades en el poder cometidas por Rafael Leónidas Trujillo, el que fuera dictador de República Dominicana, asesinado en 1961. 

La semana pasada, el periódico El País, apoyado por un jurado especial, consideró que dicha obra constituye el cuarto entre 21 libros catalogados como los más importantes que se han publicado en lo que va del siglo XXI.

Los mexicanos esperan que aquí no exista jamás un dictador como el de esa novela y que, tras el mandato de AMLO en 2024, el país no quede como si le hubiera pasado encima un destructor como el del famoso cuento del chivo de la cristalería. La sociedad crítica, los industriales y los emprendedores rezan porque la patria no tenga esa clase de futuro. Por suerte, López Obrador ha reiterado que no tiene intención de reelegirse, avisando que cuando concluya su periodo ya tiene a donde irse.

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