José Antonio Flores Vargas

A menudo, las canciones rancheras reflejan el sentir y la idiosincrasia de los mexicanos. Una de las más conocidas, presta su título a este texto, para referirnos a la extendida costumbre de buscar beneficios ilegítimos, apelando a la llamada “ley del monte”, en lugar de cumplir a cabalidad con las normas que rigen a la sociedad.

En relación a este asunto, desde su campaña electoral, el presidente Enrique Peña Nieto habló de instaurar una lucha contra la corrupción y la impunidad.

Finalmente, Hace unas semanas, gracias a la presión de la sociedad, el ejecutivo federal logró promulgar el Sistema Nacional Anticorrupción, que con más problemas que facilidades, ha logrado avanzar en su concreción.

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Y es que en el tema de la corrupción, el orden ha de llegar de arriba abajo. Del vértice de la pirámide hacia la base, debe venir la energía y la convicción para hacer efectiva cualquier lucha.

En la familia, en la escuela, en el ejército, y en prácticamente todas las instituciones, el ejemplo y el rigor se imponen, cuando van del más grande al más pequeño.

En la familia, si los padres no muestran el camino correcto, a los hijos les costará trabajo encontrarlo. Y si nos vamos a lo más alto de la pirámide en México, si el Presidente no da muestra palpable de orden y corrección, a los gobernadores les será fácil imitarlo, como está sucediendo.

El continuado desprecio al cumplimiento de las disposiciones jurídicas, motivó la creación del Sistema Nacional Anticorrupción, que da paso a una serie de leyes, que poco a poco se convertirán en la horma de los zapatos de muchos de los que guardan relación con los recursos del erario.

Y decimos muchos, porque pensándolo bien, casi nadie está libre de pecado, cuando se trata de los recursos pertenecientes a los tres órdenes de gobierno.

Prácticamente toda la vida nacional pasa, en un momento dado, por el tamiz de las reglas de la administración pública, ya sea al momento de cubrir los impuestos, o bien cuando en nuestro trabajo nos pagan con   dinero del Estado.

Queramos o no, adentro y afuera del aparato de gobierno, unos y otros estamos implicados en el tema de varias formas: sea como beneficiarios de ventajas que otorga la plenitud del poder, los subsidios y los apoyos de cualquier tipo, o como seres afortunados por contratos, por estar en la nómina, o simplemente por el humano disfrute de los gastos a comprobar.

Por ello, viendo los graves problemas de corrupción que sufren Veracruz y otros estados de México, bien nos haría reflexionar y cuestionarnos sobre el tema.

¿Podremos olvidar la inclinación al beneficio ilícito y quitar ese gen maligno en nuestros hijos? ¿Debemos acelerar el retorno a los valores éticos y morales en el entorno familiar? ¿Tendremos que reeducar el comportamiento nacional? ¿El Sistema Nacional Anticorrupción, logrará enterrar a “la ley del monte”?

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