El año 2020 será recordado por la pandemia del coronavirus y por los cientos de miles de muertos que provocará en todo el planeta. El día de ayer alguien predijo 250 mil fallecimientos tan solo en Estados Unidos. Si no crean una vacuna pronto, todo parece indicar que el COVID 19 superará en desgracia y tragedia al terrorífico tsunami del océano pacífico en el otro lado del mundo, que afectó a Indonesia y Tailandia, entre otros países.

Después de esa referencia maldita -porque tiene que ver con el dolor humano-, las otras circunstancias con cierta importancia, serán la recesión generalizada y el declive económico mundial junto al empobrecimiento de las clases medias. Pero ninguna referencia que se analice, iguala a la pérdida de vidas, en la magnitud que señalan los malos augurios. 

Son días en que se evoca a Los heraldos negros de Vallejo, el gran poeta sudamericano.

Semanas en que muchos gobernantes de naciones ricas, medianas o pobres, están siendo vapuleados por las exigencias y necesidades. Sea Trump, López Obrador o Pedro Sánchez, o quien usted determine, la realidad es que la gestión de la epidemia en las naciones, deja mal parado al presidente, al primer ministro o al jefe de estado. Nadie se salva de la quema y la maledicencia.

Digamos que estas son las noticias mundiales, las de las ocho columnas y los estelares de la televisión informativa. Pero hay otras noticias, todas de poca monta, en estas horas de pánico y psicosis, de llanto y trastornos hipocondriacos.

Las empresas que cierran para cumplir con las cuarentenas y las sanas distancias, sugeridas u obligadas. Los líderes de partido, expresidentes, los deportes y los espectáculos, todo ese cúmulo de datos, hasta el precio del petróleo a la baja, y las facilidades bancarias, pasan a segundo o tercer término. Nos interesa más, si los médicos tienen los implementos adecuados para ayudar a la población sin contraer la enfermedad. Nos interesan más las manifestaciones de solidaridad y altruismo en pro del que está cayendo o defendiendo la vida.

Pero hay otras pequeñas historias, que pueden ser grandes en su significado, pero son ínfimas en el recuerdo, en su fijación en el imaginario colectivo. Si Amlo empequeñeció con sus afinidades chaponianas, o si Amlo cae al abismo en los números de las encuestas. Eso ya no sirve. El sentir ciudadano que es más terco que un millón de mulas, en gran parte, se fijó en la conciencia colectiva desde el día de la mujer y desde el parón que hicieron ellas para oponerse a la mediocridad creciente. Lo que queda del AMLO victorioso, es anécdota en el álbum fotográfico de los mandatarios cuestionados.

Los preparativos para la elección intermedia, los informes y reuniones de los secretarios de estado, las giras empolvadas del presidente, las mañaneras y todo lo que le envuelve, están en medio de una gran neblina que poco deja ver, y lo que se percibe, no interesa a nadie.

En Veracruz la niebla y la oscuridad aterran a la tribu, al personal. El gobierno termina de caer mal, como aquel dios griego eternizado con el águila devorándole el hígado. Una muerte constante e interminable. Sin remedio. Y el prospecto a continuar con los colores morenistas, cayó en la página uno del cuento de ficción. No pudo rescatar con su diputado predilecto al famoso Coyame que daría pingües ganancias para gastos de precampaña y campaña. En las propias bodegas repintadas y en los meses sin escuelas encontró un cuervo de la mala suerte cuyo graznido recordó al célebre Napoleón.

¿Será cierto que ese nacimiento catemaqueño está al nivel de los diez mejores del planeta y que sus aguas tienen 15 minerales con altas propiedades reconfortantes? Si fuera así, quizá podría defendernos tal vez del virus del momento.

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