Este mes resulta significativo para los políticos veracruzanos que no han desaparecido del ánimo celestial y popular y para aquellos que prefirieron hacer mutis de manera voluntaria por así convenir a sus intereses. Los que quieren seguir apostando por el poder que viene, son pocos, y los que aparecieron para comenzar a menguar su imagen, son más de los que cualquiera imaginaba hace dos años.

Entre los que están en la punta, destaca Rocío Nahle, la secretaria de energía, a quien diciembre le dejó todos los parabienes: su refinería va caminando contra viento y marea, al tiempo que se descubrió un “enorme yacimiento” petrolero en Tabasco, suceso que tenía 30 años que no ocurría en México y, por último, el espaldarazo presidencial para comprar un buen paquete de plataformas marinas para exploración petrolera. 

Le sigue muy de cerca Ricardo Ahued, quien este mes tuvo inmenso respaldo de AMLO y las fuerzas armadas en la dirección de Aduanas. Su riesgo son los abrazos en exceso que el régimen da a las bandas delincuenciales, que suelen usar las aduanas para impulsar sus negocios ilícitos.

En tercer lugar, y también en las olímpicas alturas, el súper delegado del bienestar, Manuel Huerta, quien avanza por todos lados y sin molestia y crítica alguna. Partir, repartir, compartir y ver partir mediocres, es lo suyo, disfrutando la real y auténtica cercanía con el mandatario nacional. 

Tres personajes morenistas que desean la gubernatura jarocha, pero que necesariamente requieren una pequeña gran modificación en la constitución estatal. Pequeña porque basta medio renglón y es fácil de redactar, y grande, porque permitiría que personas no veracruzanas pudieran ser elegidas para gobernar Veracruz. 

Otros que siguen en la brega y persisten en su objetivo, sin causar mayores molestias a la cúpula andresiana, son Dante Delgado y Héctor Yunes. Y a nivel regional, podría ser Marcelo Montiel, quien empezó a ondear banderas y a soplar vientos inquietantes para volver a mandar en Coatzacoalcos. 

Fuera de ellos, no se vislumbra por ahora a otros actores políticos que tengan fuerza y recursos. Juan Carlos Molina falleció en un momento complejo y dejó un espacio o hueco que limita las posibilidades de la disidencia u oposición priista con algún peso. La realidad es que todos los demás que se mencionen, sean del partido que sean: morenistas, panistas y demás etcéteras, decepcionaron a la gente y no tienen ninguna posibilidad en el futuro, a menos que corrijan los procedimientos y las maneras. Lo que se ve difícil y bastante lejano, debido a que carecen de formación política, convicciones, credibilidad, estatura y experiencia.

Si se analizan las posibilidades de los actuales secretarios del gabinete cuitlahuista, o de los alcaldes de ese partido, debe aceptarse que estos pierden peso a medida que avanza el sexenio. El hecho de abusar de la demagogia, caer en corrupciones y no entregar resultados convincentes a la población, los hace pequeños e irrelevantes de cara a los procesos electorales venideros. Y el padrinazgo honeston de Cuitláhuac los contamina en ese camino que dos o tres de ellos sueñan, como son los casos de Éric Cisneros o Zenyazen Escobar. El potente veneno que reciben de su jefe, gota a gota y día con día, inexorablemente les mata la posibilidad de trascender a cargos mayores.

Si se considera a los demás senadores o diputados de todos los colores, debe recordarse que no cuentan con una base social importante que los impulse. Y por si no bastara con eso, los aniquila el autosabotaje que ellos mismos se imponen cada vez que han salido a dar declaraciones o pronunciamientos, como es el caso de los panistas Julen Rementería e Indira Rosales, sobre quienes penden sendos expedientes legales en contra, resultantes de su infame paso en el fallido gobierno de Yunes Linares.

La rueda de la fortuna, la rueda del poder, o el esférico ejercicio de los veloces ratones, se manifiestan con nitidez en el panorama veracruzano de los albores del año 2020.

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