“Es un honor volar con Obrador”. Lo dijo Beatriz Gutiérrez Müller en relación a la negativa de una familia mexicana que no quiso abordar un avión donde viajaría su esposo el presidente de la república. 

Evidentemente su respuesta fue exagerada. Pero ayuda a ilustrar la manera como el segundo apellido de Andrés Manuel se puede utilizar para identificar a sus cercanos y seguidores acérrimos. 

Es una buena manera de meter en el imaginario colectivo el Obradorismo. Y los identifica bien, dado que es más original y pegajoso decirles obradoristas, antes que morenistas o transformadores, este último calificativo sin efectos todavía, porque no se sabe si en verdad llegarán a hacer algún tipo de transformación, como lo plantean en el discurso oficial. 

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Y considerando el esquema cupular que trata de imponer la polarización de la sociedad, en la que los otros -los adversarios, los críticos y los no simpatizantes- son los “conservadores”, entonces siguiendo esa melódica frase del honor, todos ellos, los de casa, tendrían que ser llamados simple y llanamente como los “obradoristas”.

Por eso, los que se sienten honrados por estar con Obrador, les tiene sin cuidado ser o no de Morena, el partido que usó AMLO para alcanzar el poder. Un partido desechable, como todo lo que puede ser mandado al diablo: las instituciones, los otros partidos, las autonomías, las soberanías, y todo aquello que se oponga a la que se podría denominar Ley Obrador. La docta Beatriz lo dibujó perfecto: Andrés Manuel está volando, demoliendo, dinamitando a todas las estructuras de poder que se opongan a él.

Y esta ley tan peculiar, recuerda a las famosas leyes de Newton que rigen la física moderna. Una de ellas refiere que la suma de todas las fuerzas es igual a cero. Y en el mundo obradorista, el equilibrio político en que se sustenta su creador necesita la nulificación de todas las fuerzas y que la suma sea justamente de cero. 

Este planteamiento político, que en efecto parece Ley (física o política), ha modificado, por no decir “transformado”, la correlación de fuerzas que solían equilibrar al estado mexicano. Esa ha sido la tónica. Lo primero que requirió, fue la estigmatización y apartamiento de personalidades fuertes, otrora afines, como Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, junto con la pauperización de instancias autónomas como el poder judicial y varios organismos con ese origen legal. Lo segundo que está sucediendo, ha sido el empequeñecimiento del partido morenista, ahora disputado por dos cabezones, quizá movidos alegremente por el mismo jugador.

Lo tercero que ha instrumento con bisturí de cirujano, ha sido la destrucción de los partidos políticos, viejos y nuevos. No hay oposición, porque como en la utopía andresiana, parece que el Estado es AMLO.

No hay opositores, no hay partidos, no hay posibilidades de juntar fuerzas, y si se juntaran serían igual a cero, ya que están totalmente desacreditadas desde el púlpito diario de la conferencia Mañanera.

López Obrador no necesita a nadie, lo ha demostrado con creces. Por otro lado, debe recordarse que la política se hace con dinero, que sólo él tiene, ya que también se aseguró de que no hubiera una real cámara de diputados; todos están cooptados y los que no, son minoría ciega, inútil y ridícula.

Las elecciones que vienen y las que sigan, las hará Andrés Manuel, utilizando el obradorismo del honor como moneda de cambio. Los títeres solo esperan un llamado y un maletín con parque: esos son los políticos vendidos de este tiempo revuelto.

PAN, PRI, Partido Verde, Movimiento Ciudadano, PRD y los demás institutos nuevos que logren tener registro, estarán allí, para que el presidente que dice que quiere transformar, mande a sus gallos de pelea con las alforjas llenas para pelear y conseguir los votos que se necesiten para mantener su proyecto político y hacerlo transexenal y poder, en un momento dado, crear el honorable partido obradorista de sus sueños más acariciados.

Como aquellos radicales falangistas peninsulares de hace casi una centuria, en pleno siglo XXI el nombre hará el movimiento definitivo y permanente.

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