José Antonio Flores Vargas.

Lo que está ocurriendo en Veracruz con relación a las reiteradas acusaciones de corrupción y deshonestidad en la administración pública estatal, obliga a hacer una reflexión del papel de los jóvenes cuando incursionan en la política.

Recordar los casos mencionados por los medios de comunicación en estos últimos años, que se refieren a personas que aún pueden considerarse jóvenes y lo que dicen de ellos, más bien parecieran cosas de chamacos irresponsables y faltos de prudencia.

Desde hace más de diez años en que la muchachada empezó a proliferar en los distintos niveles del gobierno, esta se ha visto exhibida una y otra vez, y no nada más por cuestiones de impericia, ingenuidad o irresponsabilidad, sino también por acciones dañinas y criminales para la administración pública.

Varios ejemplos vienen a la mente, aunque son tan conocidos, que ni caso tiene mencionarlos. La gente común suele calificar a este conjunto de actitudes de bajura y de basura. Se ha evidenciado el “importamadrismo” con el que han actuado los jóvenes en la política pero también el oportunismo de los viejos zorros para seguir medrando. En estos casos, los jóvenes han superado a sus mentores en sus ambiciones desmedidas.

Encontrar jóvenes funcionarios comprometidos con las verdaderas causas sociales y que no hayan caído en esas situaciones, es difícil, no imposible. Y no es que todos hayan sido iguales. Lo que sucede es que aquellos que no comulgaban con esas practicas, fueron apartados a posiciones irrelevantes, y con ello, invitados sutilmente a buscar otros aires.

Por eso, pensando en la próxima renovación de equipos de trabajo, los veracruzanos plantean dos cosas. La primera, que el candidato que resulte ganador de la contienda electoral, seleccione con sensatez a sus colaboradores de cualquier nivel, bajo la condición de que la irresponsabilidad y la corrupción será castigada sin miramientos.

La segunda, que los jóvenes que reciban la oportunidad de servir a Veracruz, lo hagan realmente, pensando en la eficiencia, eficacia y en la honrada medianía que aconsejaba Benito Juárez. Algo complicado de lograrse en tiempos de banalidades y materialismo.

Veracruz requiere alimentarse de un gobernante y un equipo de gobierno que recuerde y demuestre austeridad y formas coherentes como las que, en su tiempo, mostró don Adolfo Ruíz Cortines, quien fuera gobernador y después presidente de la república.

La juventud no es sinónimo de mediocridad y defectos; es sinónimo de creatividad, de valores nuevos y de esperanza. Los jóvenes de hoy, necesitan demostrar las virtudes que acompañan a su generación. Esta generación debe servir para construir un mejor país y un mejor Veracruz.

El presente es de ellos. El espíritu juvenil puede reencauzar al estado y procurar un cambio mejor para sus futuros hijos. Necesario un liderazgo ético entre los jóvenes, con debate de ideas y no de opiniones, como dijera Enrique Krauze.

 

 

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