En una entrevista que le hicieron al periodista Froylán Flores Cancela hace varios años, le pidieron su opinión sobre un famoso político mexicano de la segunda mitad del siglo XX. Mirando fijamente a los ojos de su interlocutor, el director de Punto y Aparte le preguntó que a cuál etapa de la vida de ese personaje quería que se refiriera, considerando que los seres humanos suelen cambiar en aspectos importantes, dependiendo de momentos o acciones que llegan a marcar su pensamiento y personalidad.

Atendiendo a la enseñanza de esa anécdota del reconocido reportero, es posible aplicar tal criterio a diversas personalidades del escenario nacional. Y si la recomendación la trasladamos a la figura más relevante de estos tiempos en el país, que no es otro que Andrés Manuel López Obrador, se cae en la cuenta de que, en efecto, al tabasqueño hay que analizarlo de acuerdo a su comportamiento a lo largo de su trayectoria.

Porque no era el mismo Andrés Manuel que hizo su marcha opositora desde Villahermosa a la Ciudad de México y que se convirtió en jefe de gobierno del Distrito Federal, que el fallido candidato presidencial de las dos ocasiones anteriores. Tampoco fue el mismo de la tercera y efectiva campaña de estos años. Tampoco lo es ahora en estos meses como candidato presidencial electo. Y menos lo será cuando lleve la banda presidencial sobre el pecho, a partir del primero de diciembre próximo.

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El paso del tiempo pudo comprobar la evolución de López Obrador en su camino a la presidencia de la república. Aquel Peje tropical que discutía y se peleaba contra todos en aquellos años de lucha tenaz, fue dejado a un lado para convertirse en un Andrés Manuel sereno, conciliador y dueño del reino amoroso que superó todas las pruebas y trampas de los debates de campaña ante millones de mexicanos.

Aquel que cambió la mafia del poder por la magia para poder, demostró que sus estrategias fueron efectivas para concentrar en su favor el inmenso número de votos que la población nacional le brindó el primero de julio.

El López Obrador que marcaba su territorio en temas como el petróleo, el aeropuerto y muchos otros más, tuvo que aprender a ver con más detenimiento el horizonte y las posibilidades. Para no abundar en los tiempos anteriores, y tan sencillo, como que el Andrés Manuel de la tercera campaña, ya no es el Andrés Manuel con la presidencia ganada. Y tampoco será la misma persona, en cuanto asuma la responsabilidad del primer mandatario.

Pero ese Andrés Manuel que fue evolucionando y que seguirá cambiando hasta el 30 de noviembre siguiente, habrá que dejarlo en el olvido, una vez que asuma la presidencia de la república.

El López Obrador que pasará a la historia, es el que emergerá a partir del primero de diciembre de este año. El que, como dice el pueblo incrédulo, deberá demostrar que no hay quinto malo.

El hombre que se enfrentará a las verdaderas condiciones nacionales—que no las imaginadas o comentadas por sus cercanos—es el que deberá demostrar su valía como hombre de estado y como impulsor del México amoroso y esperanzador que ha vendido en su discurso de la cuarta transformación.

Lo demás que se diga o se escriba sobre él, por ahora sale sobrando.

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