Entre las elecciones presidenciales más complejas de los últimos años, podemos afirmar que la de 2018 traerá resultados impredecibles. Por un lado el hastío y la desconfianza de la sociedad llevarán los procesos -el federal y los estatales- por derroteros que no pueden adelantarse. Pero por otro lado, se observa que los partidos políticos no están mostrando ni la solvencia institucional, ni los liderazgos leales y comprometidos que tuvieron en otros tiempos.

Se habla mucho de que Andrés Manuel López Obrador tiene media presidencia en la bolsa. De que por fin, la izquierda encabezará el gobierno federal. De que la sociedad, cansada de las decepciones sufridas con el PRI y el PAN, votará el año siguiente por esa opción de la baraja electoral. Pero es un hecho que no estamos en los tiempos de Cuauhtémoc Cárdenas, que pudo concentrar a toda la izquierda en la misma lucha.

Lo que se observa en el horizonte político nacional es una división soterrada en los principales partidos políticos, que puede no resolverse de aquí al primero de julio próximo.

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Si analizamos la posición de la izquierda mexicana, en estos momentos percibimos cinco cabezas que se acercan y se alejan intermitentemente y que no están pensando lo mismo. Una situación que engloba a Morena, al PRD y a Movimiento Ciudadano. Cada cual, en estas dirigencias, tiene sus propios intereses, que si se reunieran en el primer semestre del año que sigue, llevarían a un triunfo inobjetable a Andrés Manuel. Esa realidad conduce a varias preguntas estratégicas:

¿Tendrá Andrés Manuel el respaldo total e imprescindible que le está condicionando un intratable Ricardo Monreal, que no deja de estar molesto y menospreciado? ¿Mancera, que acaba de demostrar que no tiene nada de manso, será que finalmente apoye las ansias de la Barrales para ser la jefa de gobierno de la Ciudad de México y que esta pueda cumplirle al frente anayista? ¿Recibirá Dante, la buena tajada que le haga entregar su real aportación comicial?

Y en el otro escenario, el del Frente de Ricardo Anaya, ¿tendrá éste, la fuerza suficiente para conseguir la añorada presidencia de la república, de la mano de la señora Barrales y del propio Dante. O este frente, encontrará alguna fórmula que le permita regresar al redil a Margarita, a Moreno Valle y a los panistas que hasta ahora no quieren apoyar a Ricardo.

O en el caso de Margarita o de El Bronco, ¿tendrán el impulso social que los lleve a disputar seriamente la presidencia de la república el primero de julio? ¿Podrán atraer los votos que suelte la segmentación que, hoy por hoy, presentan todos los partidos y favorecer esa colecta de votos a uno de ellos?

Si no nos apura el afán de cambio que todos llevamos dentro, y si vemos las cosas fríamente, debemos entender que en estas fechas prenavideñas, en que faltan definiciones de candidatos presidenciales en el Frente, en los independientes, y en el partido que gobierna, la segmentación que muestran los partidos beneficia al candidato del PRI, y más si el elegido por Peña Nieto es José Antonio Meade.

Aunque no sabemos el tamaño de la sangría que podría ocasionar el desprecio a los valores y estilos tradicionales que ese partido ha mostrado a lo largo de los años en el poder que en este momento representan Osorio Chong y los auténticos tricolores.

En esta lucha por la presidencia de la república, casi todos los aspirantes –y hasta la independiente Margarita– están sufriendo la segmentación de sus partidos políticos. Porque es un hecho que a ningún lado se llega cuando el partido está partido.

A menos que se cuente con simpatizantes en todos lados.

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