Debates van y debates vienen en México, sin que se observe ningún cambio positivo en las posibilidades de que el priismo nacional arranque campaña en serio. Lo que han hecho hasta ahora, parecen escarceos o simples ensayos de probeta, donde falta sustancia, vitamina, fortaleza, empuje y maña. Y pareciera que el desdén, la apatía y el pasmo, permean desde el propio candidato presidencial hacia los diferentes candidatos a gobernadores del PRI.

En el caso de Pepe Meade, la pretendida chingonería del yo mero, está quedando en cantadito fraseo chingón, pero descafeinado.

El debate del domingo anterior en Tijuana dejó perplejos a todos los que conocieron al priismo entrón y triunfador de otras épocas. Pepe Meade tuvo dos o tres oportunidades de sacar la casta y mostrar músculo. No lo hizo, porque parece que no se acordó que los tiene, o porque no quiso arriesgar, o porque no hubo quien se lo indicara.

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Como bien lo cuenta en sus gentiles conversaciones, Pepe Meade ha sido un buen subordinado. El exceso de cargos bien calificados por quienes fueron sus jefes, lo orilla a comportarse como uno de esos personajes de oficina súper eficientes, a los que hay que motivar con un “lo hiciste muy bien, sigue trabajando así”.Haz esto; haz aquello”, parece extrañar.

Pero no puede haber parsimonia. Estamos en una fuerte y complicada campaña presidencial, donde lo que se busca es a un candidato que pueda ser un líder y que parezca presidente de la república. En ese debate dominguero, José Antonio Meade Kuribreña pudo haberse colocado varios puntos arriba y hasta superar al merolico canallita azul de las cartulinas y falsedades financieras. No lo hizo, y definitivamente demostró que no tiene con qué hacerlo.

Hacen más otros—que lo promueven decorosamente—y que realmente quieren a un presidente priista. Aunque sean pocos. Quizá la inercia en que han vivido y crecido, los hace gestionar en las calles de las regiones, mejor campaña que la del propio interesado. Esa es la realidad. Como ellos, estamos viendo a numerosos líderes populares y a entusiastas personas de colonias y localidades que se la están rifando por Meade, aunque no son ni serán correspondidos. Con su desganado líder, van veloces al despeñadero.

Y si hablamos del Pepe veracruzano—José Francisco Yunes Zorrilla—las cosas andan en el mismo sentido. Debates arman y debates pasan, y el peroteño sigue igual, subiendo pero como la vana espuma de los arroyos contaminados, cuya agua jamás dará fruto, ni aliviará sed alguna.

De nada servirán presentaciones en universidades, o ante las cámaras empresariales, o las reuniones con las cofradías del ensueño, o los conciliábulos con periodistas y conocedores de la política priista—que no de la realidad política veracruzana.

Seguiremos observando a un Pepe Yunes que no quiere ser gobernador. Que no quiso serlo cuando tenía más posibilidades, hace dos años. A un Pepe, que fue irresponsable y convenientemente omiso con la corrupción duartista. A un candidato tricolor que es incapaz de quitarse lastres como el que representa el buen Américo, que no le dará votos ni en la ciudad donde gobernó y erigió estatuas y sueños de grandeza.

Continuaremos viendo a un Pepe indolente, cansino y ausente; a un lázaro al que ningún dios le dirá que se levante y camine. A un hombre atrapado bajo una montaña, que realiza campaña sólo para complacer a viejos y entrañables anhelos.

Pepe no hace una campaña para ganar, caminándola, no como si le quedaran grandes, sino más bien como si le pesaran los zapatos, tanto como la serie de sanguijuelas que no puede sacudirse de las rodillas, y que de entrada le restan cientos de miles de votos en todo el territorio.

En algunas comunidades rurales donde todavía no han podido despintar el voto duro de los campesinos, de los indígenas y los marginados, mueve a ternura, observar a buenas personas que insisten hasta el cansancio en que su gallo puede ser gobernador.

Pepe es un hombre bien intencionado, que podría ser un gran personaje en áreas ajenas a la política de competencia y de retos. Eso es una verdad indiscutible.

Pero afirmar que puede levantarse de los terrenos de la derrota, en que viaja con una venda en los ojos, sería tanto como pretender ser más papistas que el Papa. Es increíble que en este nebuloso Veracruz del año 2018, haya priistas que en torno a la gubernatura, se sientan más pepistas que el propio Pepe Yunes.  

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