Este primero de diciembre, el país entero fue de Andrés Manuel López Obrador y la esperanza. Fue de López Obrador, porque incluso ya colmado con su presencia, al territorio le faltó escenario para difundir la imagen, el poder ante las masas y el discurso inicial del presidente de la república. Y fue de la esperanza, porque, si bien es cierto que no todos votaron por el tabasqueño, pudiera afirmarse que casi todos los mexicanos creen que es posible y necesario un cambio, sea la cuarta transformación morenista, o como se llame.

Lo que se vio ese día, recuerda la simpatía popular por la expropiación petrolera anunciada en 1938 por el general Lázaro Cárdenas. Hace 80 años, la población nacional se volcó en apoyo al presidente creador de PEMEX, entregándole su esperanza, sus joyas, bienes, y hasta animales de traspatio, para ayudar a liquidar el importe de las expropiaciones a las compañías extranjeras.

También recordó el populismo de Luis Echeverría y el arrastre de Carlos Salinas de Gortari, superado con creces por Andrés Manuel el sábado pasado. Salinas fue un mandatario carismático y poderoso que concretó el neoliberalismo y que en enero de 1994 dinamitaron el Subcomandante Marcos y un ejército de indígenas chiapanecos, haciéndolo ver como una simple farsa. Meses después ocurría el magnicidio de Colosio, y en la Navidad de ese año, el carísimo error de diciembre de Ernesto Zedillo.

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Si se habla de transformación, en efecto, debe reconocerse que han ocurrido ya cuatro transformaciones en el político que ahora gobierna a la nación. De ser un inconforme priista, pasó a ser efectivo dirigente social opositor con carisma ciudadano en Tabasco. Ya líder regional, hizo la gran travesía a pie para convertirse en jefe de gobierno del Distrito Federal. Con ese poder en la mano y en el centro geográfico, intentó con una línea radical convertirse en presidente y no lo consiguió. Tuvo que transformarse -por cuarta vez- en un líder amoroso, conciliador y “ofertador” del perdón, para alcanzar su máximo sueño, ser presidente de la república, como dicen que anunciaba desde los quince años de edad.

Y con cuatro transformaciones a cuestas, el hombre ofrece este año la Cuarta Transformación a su país. Pero que sea para bien, como bien lo escribió Enrique Quintana el 30 de noviembre en El Financiero. “Es comienzo de época -dijo el columnista-, el último día de un ciclo largo en que hubo una visión sobre la economía y sobre la gestión de gobierno. No se trata del fin de la estabilidad, ni de la disciplina financiera, sino de un tiempo donde se dio preeminencia a los mercados, por encima de las políticas públicas. Estamos en el fin de una era, que no significa un imposible retorno al pasado, sino la reinvención de modelos económicos y del sistema político. La ruta no será lineal y habrá ajustes y trastornos, como en todos los cambios relevantes. Eso abre un escenario que puede dar pie a nuevas formaciones políticas o al surgimiento de figuras individuales y carismáticas. Más vale que así lo asumamos.”

Evocando la sagrada enseñanza bíblica, bien pudiera pensarse lo siguiente: Ojalá que los mexicanos no queden dormidos en la esperanza de la transformación.

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